¿Alguna vez le han dicho a un niño: “te quiero con
todo mi corazón”, y han visto que se queda como callado, porque empieza a
imaginar sin entender, cómo ese órgano que tenemos dentro puede querer a
alguien?
Niños que aún tienen una mentalidad concreta y limitada, en la que sus cabecitas no les da para abstraer y simbolizar.
Al rezar el Evangelio de este domingo, me hizo
pensar que muchas veces es esa mentalidad infantil, la que puede habitar en nosotros. Podemos ser adultos, pero buscar creer sólo lo que se puede ver,
comprender o evidenciar.
Este es el relato en el que buscan a Jesús unos
saduceos, que era gente importante en el pueblo de Israel que no creía en la
resurrección de los muertos. Y le buscan para ponerle a prueba. Le ponen un
ejemplo “difícil” como las preguntas de los adolescentes, para ver cómo lo
resuelve. Esos tipos de preguntas que podemos hacerle a Dios con una fe
adolescente, pidiéndole que nos resuelva nuestros problemas de forma inmediata
o nos explique el porqué de nuestros sufrimientos. Esas veces en las que la fe,
la confianza y esperanza en Dios pareciera una simple teoría, pues lo “realista”
y aterrizado es el dar números, resultados visibles, dimensiones, plazos y
días. Un pedido muy humano que proviene de mentes atoradas en la razón y lo terreno.
Y Jesús lo entiende. No se impacienta, y a pesar de
saber que es una prueba y búsqueda de conflicto, Él aprovecha el espacio para
hacerles entender que el cielo, lo eterno y la resurrección sí es algo real. Y
les responde con fundamentos que ellos sí entienden. Ellos sólo creían en los 5
primeros libros de la Biblia, y por ello les da fundamentos con lo que Moisés
decía.
Y creo que algo semejante es lo que hace con
nosotros; pues cuando no nos da la fe y confianza para entenderle y escucharle,
estará allí como todo un maestro explicándonos desde aquello que sí podamos ver
y comprender. Habrá esos códigos, esos ejemplos y esas formas tan concretas
desde las cuales sí le creamos cada vez más. Vendrán esos signos, esos
detalles, esas muestras de amor y sobretodo esa gracia recibida para poder
abrir más nuestro espíritu y nuestro corazón.
Y será con Él que podremos dar un salto de fe.
Será con Él que no sólo habrán respuestas a nuestra mente infantil, sino que
junto a Él, podremos creer en sus promesas y lo eterno. Será con Él que dejaremos
de mirar el suelo, para elevar nuestra mirada hacia lo alto, hacia
lo eterno, hacia ese cielo prometido y real en el que hay una morada para ti y para
mí.
Será con Él que podremos entender que tenemos por
Dios a un Dios de vivos y no de muertos. Será con Él que creeremos que hemos
nacido para la plenitud y felicidad eterna. Será con Él que entenderemos que la
muerte no tiene la última palabra, pues ni nos uniremos con el universo, ni
seremos parte de algo impersonal. Con Jesús entenderemos y viviremos la experiencia
de sabernos amados con nuestro espíritu, alma y también con nuestro cuerpo. Amados con todas nuestra persona, única e irrepetible.
Creo, además, que este Evangelio es ocasión para
darle gracias, porque gracias a Jesús resucitado, tenemos la
garantía que luego de morir también un día nosotros no solo seremos felices en el cielo, sino
que nuestro cuerpo ya muerto, resucitará y se nos unirá en cuerpo glorioso. Es
como este ejemplo tan bonito del grano de trigo, que al caer sobre la tierra se
separa de la planta. Pero luego, al nacer una nueva planta, sigue siendo ese
mismo trigo, pero ya renovado, ya más vivo y fuerte. Algo así ocurrirá con nosotros.
Algún día nos separaremos de nuestro cuerpo al morir, pero tiempo después, y
gracias a Cristo resucitado, nos uniremos a nuestro cuerpo resucitado por Él con
un cuerpo glorioso y plenificado. Una gran verdad que creemos los cristianos
que nos ayuda a valorar nuestro cuerpo, amarlo y cuidarlo. Así como Jesús supo encarnarse
y vivir en este mundo en cuerpo, alma y espíritu.
Un lindo Evangelio que nos trae varias enseñanzas: el reconocer nuestras limitaciones y razonamientos infantiles, agradecer que Jesús siempre estará allí para comprendernos, respondernos y enseñarnos, creer que nuestro horizonte es la eternidad, el cielo y el que resucitaremos algún día en un cuerpo glorioso como el suyo.
Y, sobre todo, darle gracias a Dios porque tenemos
un Dios de vivos y no de muertos. Y Él nos quiere vivos y felices para siempre
y desde ya, en este mundo.
Gracias Jesús por amarnos con todo tu corazón… ese
infinito y misterioso que lo comprenderemos mejor en el cielo que nos tienes
prometido.
Lucas 20, 27-38
«Acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Esta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer". Jesús les dijo: "Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven".»
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