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¿Qué es lo que yo veo?

 


¿Alguna vez hemos hecho uno de esos test o juegos que al decir qué vemos en la imagen nos dan una interpretación de cómo somos o cómo estamos? Yo si. Pero a veces hay circunstancias en nuestra vida en las que podemos tener diferentes formas de aproximarnos o interpretarlas y no es un juego...

Hoy al rezar el Evangelio de este domingo, en que reconocemos a Jesús como REY DEL UNIVERSO, veía que es un pasaje con muchos  misterios y miradas ante el amor.

Hoy recordamos y reconocemos a un Rey que no es como los de este mundo. Él es un Rey que tiene por corona una de espinas, por trono la Cruz, por espada su Palabra y por poder el servicio y amor que nos entrega sin medida y límites. Un Rey que admiramos y respetamos por el poder de la humildad, la presencia constante y la eterna paz que nos regala día a día.

Cuáles son los ojos que necesitamos, para poder percibir que frente a Jesús crucificado sí tenemos al Rey del Universo… Qué corazón y que vida interior necesitamos para creer que, al verlo así desfigurado, estamos frente al mismo Dios, el más poderoso del Universo, el más fuerte de toda la realidad, el que creó el cosmos, el que nos regaló el tiempo, el espacio y todo lo que nos rodea. Cómo necesita ser nuestra mirada de esperanza para tener la certeza que Cristo crucificado resucitó y nos dará la vida y la felicidad que tanto anhelamos. Y qué amor necesita arder en nuestro espíritu para que al verlo así no brote el pedido egoísta o un reclamo más, sino que nos brote sólo llenarlo de besos, de gratitud y de pena, pues todo lo que veo en su cuerpo bendito, de agonía y divino dolor, es sólo para salvarnos, traernos su reino y llevarnos a él.

Es un pasaje que me dejó pensando en 4 miradas distintas frente a Jesús crucificado. Son 4 las veces que se habla de él como rey, pero desde corazones y espíritus diversos. Actitudes que tal vez las hemos tenido de una u otra manera a lo largo de nuestra vida.

Te invito a recorrer conmigo estas 4 miradas para aprender a que sean cada vez más como María, quien no se quedó en el dolor, en la tragedia y el desgarro de un hijo ya desfigurado. No se quedó en los clavos y la corona… Ella miró a Dios que ama y salva la humanidad…



Cuentan primero que al estar crucificado estaban los magistrados, aquellos que tenían poder, comodidad, dinero y muchos conocimientos. Que eran líderes y eran una referencia para la comunidad judía. Esos hombres que buscando siempre la buena imagen ante los demás, guardaban esquemas rígidos y establecidos de los cuales no pensaban cambiar. Hombres instalados, seguros de tener la verdad, acostumbrados a juzgar desde sus puestos y esquemas de vida.  Y muchos de ellos hasta autores intelectuales del juicio injusto.  Cuentan que haciendo muecas y mirándose entre ellos dijeron: “A otros salvó; que se salve a si mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido”

Frase inteligente, lógica y culta como ellos. Pero palabras en tercera persona, sin hablarle o verle a los ojos. Critican y alimentan humillaciones, pero no le miran de frente… ¿Será porque siempre evitan sufrir por el otro y no quieren ver lo destrozado que esta? ¿Será porque el remordimiento no les da?

Sólo sé que más de una vez pudimos ser como estos hombres. Que, desde nuestros puestos, desde nuestros esquemas de siempre, no estamos dispuestos a escuchar a Jesús cuando viene con verdades nuevas que cuestionan y pide cambiar nuestra vida. Tal vez fuimos alguna vez un poco “magistrados”, que por no estar dispuestos a cambiar e incomodarnos, preferimos acallar su voz, usar argumentos inteligentes para que no reine en nuestra vida su verdad sino la nuestra…

Ví también esos soldados, que le vieron desde antes. Que le azotaron, le pusieron una capa y trenzaron una corona para burlarse del rey que dice ser. Esos soldados que parecen adormecidos y vacunados de tantos clavos y muertes que han pasado por sus manos. Esos que saben mejor que muchos cuánto se sufre en la cruz. Y que en medio de esa borrachera de la inconciencia se lo dicen de frente: “Si tú eres el Rey de los judíos sálvate”. Algo así como “llama a tus ejércitos, usa tu fuerza y poder para bajarte y salvar tu vida terrena…” Soldados emborrachados ante la inmediatez, superficialidad y facilismo que no saben ver más allá.

Soldados como pudo pasarnos más de una vez, con la imagen de Cristo como un ser milagroso o un buen amuleto para satisfacer rápidamente nuestros quereres y antojos sin ningún esfuerzo. Como si se tratara de tomar ese vinagre que le ofrecen para anestesiar nuestros dolores y estar rápidamente cómodos disfrutando para esta vida. Algo que puede pasarnos si perdemos el norte, si perdemos el fondo, si nos quedamos inconcientes, si buscamos evadir o perdernos a nosotros mismos. Si no buscamos la eternidad y el reino que ya inicia aquí en la tierra cuando estamos de pie, de rodillas amando y buscando estar llenos del vino nuevo que nos ha regalado Jesús y nos embriaga del amor infinito.

O vemos este malhechor junto a Jesús. Sufriendo un dolor inenarrable. Tal vez no tan herido como Jesús pues no recibió flagelos o una corona de espinas en las cienes. Y al reconocerlo, le dice: “¿No eres tú el Cristo, el Mesías, el Dios entre nosotros… entonces sálvate y sácanos de aquí…”? Una pregunta por su verdadera identidad. Pero ante la posibilidad que lo sea o no, y a pesar de estar sufriendo tanto, no brota del corazón un pedido de ayuda. sólo amargura y exigencias soberbias.

Un corazón como tal vez más de una vez se ha parecido al nuestro, cuando el dolor es muy hondo y podemos reclamarle a Dios, o podemos dejar de creer porque las cosas no salen. Reclamos porque no fuimos ladrones y malhechores, sino buenas personas, que en lugar de recibir recompensas recibimos más cruces y pruebas. Esos momentos límites en los que no sabemos buscarlo y mirarlo para pedirle ayuda y estar unidos a Él en su Cruz, quien prefirió quedarse allí para acompañarnos y llorar con nosotros.

Pero está también este malhechor arrepentido y conmovido por todo lo escuchado y visto junto a Jesús. Un hombre que también cayó muy bajo con una justa condena de muerte. Un hombre que ante la inminencia de la muerte busca la verdad, busca la salvación. Abre el corazón y reconoce a Jesús como Rey. Sabe que merece su condena, pero sabe que Jesús tiene el poder de salvarlo. Y expresa esta bellísima frase: “Jesús, acuérdate de mi cuando estés en tu Reino”. Un hombre arrepentido de corazón, que eleva su mirada para hablarle de frente y con su nombre: “Jesús” que significa “Yahveh, el que salva”.

Un hombre como nosotros, que más de una vez, al atravesar situaciones que parecen que muriéramos por dentro, por el dolor, la pérdida y pruebas, pueda llevarnos a elevar la mirada al cielo. Esos momentos que son los peores de la vida y que nos lleva a sacar lo mejor de nosotros… Momentos en los que no queremos seguir postergando y engañándonos más. En los que optamos por buscar a Dios, al Rey del Universo, al único que puede salvar y transformar nuestras vidas.

Y entonces Jesús, unido a nuestra cruz, a nuestras alegrías y caminar, será quien, al escuchar nuestras palabras, nuestros corazones y miradas elevadas a Él nos dirá con amor, paz y seguridad: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Lc 23, 43




Madre, que nuestra mirada sea siempre como la tuya, para descubrir en tu Hijo al único que puede reinar y darnos la paz que anhela nuestros pueblos y nuestros corazones.

Y así como decimos todos los días en el Padre Nuestro, sea la circunstancia que sea: buena, gozosa, triste, incierta; podamos elevar el corazón para decirle a los ojos con paz y confianza “Venga a nosotros tu reino Señor” …

 

Lc 23,35-43


Comentarios

  1. Gracias por esta hermosa reflexión . Que importante es cultivar nuestro corazón para tener esa mirada de esperanza y fe siempre

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  2. Buenas noches querida Magali.
    Hermosa reflexión que nos brindas esta semana Magali, del Evangelio de Lucas "Cristo Rey" y lo es verdaderamente, lo reconocemos así, en todo momento de nuestra vida, mi Dios, mi Señor, mi dulce y amado Jesús, nuestro Dios rico en bondad, misericordia y amor.
    Gracias querida Magali.
    Dios te bendiga y te guarde siempre.

    Elvira Orellana B.

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