Quién no quiere serlo…Una meta que es un sinónimo de felicidad. Libertad que siempre va de la mano con la paz, el gozo y
la plenitud de nuestra vida.
Hoy rezando sobre las bienaventuranzas, que es el
Evangelio de este domingo, no dejaba de resonarme cómo éste es un camino que
nos hace libres.
Creo que las bienaventuranzas han evocado cierta
polémica y cuestionamiento porque diera la impresión de ser algo masoquista,
como un buscar sufrir persecuciones, pobreza y llanto para ser felices.
Y sin embargo creo que, buceando un poco nuestro
espíritu, podríamos encontrarnos con una experiencia muy humana y misteriosa
que nos ocurre en nuestro interior: Cuando uno vive muchas experiencias difíciles,
exigentes o dolorosas tiene dos posibilidades: amargarse y reclamar lo vivido, o
puede descubrir que hay como un camino que nos lleva a romper barreras, algo
así como “luego de vivir ésto he perdido el miedo y puedo ver más allá”, “luego de vivir ésto puedo ver el horizonte y permitirme
una meta más madura, más humana y más verdadera”.
Y creo que Jesús no nos aumenta exigencias difíciles,
sencillamente nos describe experiencias por las que todos pasamos, seamos
creyentes o no, porque son humanas y reales. Y si lo permitimos, podemos hacer
de ellas un camino, un programa de vida que son un termómetro de nuestra
libertad. Y es que junto a Él toda experiencia humana, sea fácil, alegre,
difícil o dolorosa puede ser ocasión para ser más dueños de nuestra libertad y
nuestra felicidad.
Les quiero compartir una muy simple pincelada de
lo que me evocó cada bienaventuranza invitándome a comprender una dimensión de
nuestra libertad. Espero que les ayude un poco.
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Bienaventurados
los pobres de espíritu: libres, porque sabiéndonos necesitados y frágiles pedimos ayuda. Libres porque no
hay cargas y exigencias pesadas que brotan de la autosuficiencia. Porque nada nos quita el sueño a causa de miedos escondidos (cuando no reconocemos que solos no podemos). Y por ello, la pobreza de
espíritu va tan unida a la humildad, porque quien lo es, reconoce y agradece
esta debilidad que le invita a ser como un niño en brazos de su padre, dependiendo
y pidiéndole ayuda con libertad y tranquilidad. Una infancia espiritual para
estar en los brazos del poder y amor de Dios.
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Bienaventurados
los mansos: libres de resentimientos, de ansiedades y tensiones porque nada nos
afecta y roba la paz. Libres al vivir felices el presente sin sabernos esclavos del
pasado ni preocupados por el futuro. Vivir solamente en gratitud y asombro por todo lo que nos rodea
y quienes nos rodean.
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Bienaventurados
los que lloran: libres porque hemos decidido amar,
aunque cueste y duela. Libres porque sabemos que el llanto pasará y esas
lágrimas habrán regado nuevas semillas de gozo en nuestra vida. Libres porque
el consuelo de Dios no se hace esperar y el abrazo de Jesús está junto a nosotros. Libres porque tenemos
la certeza de que estas pruebas no serán mayores a nuestras fuerzas. Libres
porque nos vamos haciendo más fuertes, más maduros y más capaces de proteger y
velar por los nuestros.
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Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia: libres de deseos chatos y
superficiales, porque es un hambre y sed por la justicia que equivale a la
santidad. Porque es un hambre que sabe distinguir el falso brillo de los
alimentos del mundo para buscar el verdadero alimento que da vida eterna. Un
hambre que nos hace libres al buscar con todas nuestras fuerzas lo esencial y
las metas más altas e invalorables que Dios nos ofrece. Una libertad se aviva con ese fuego que arde por ser feliz y llegar al cielo.
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Bienaventurados
los misericordiosos: libres del egocentrismo, la ira y la envidia. Libres
porque prima el amor por el otro, prima la compasión por el dolor del que cae o
sufre. Felizmente libres, porque lo que vale y orienta nuestra vida es el amor y
no la esclavitud del egoísmo.
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Bienaventurados
los limpios de corazón: libres de toda mirada distorsionada, libres porque buscamos
tener un corazón que mira todo con los ojos de Dios, una mirada limpia que pone
cada cosa en su lugar. Un corazón libre porque sólo hay espacio para el amor y se
ha lavado de todo obstáculo que le pueda hacer infeliz y frustrado.
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Bienaventurados
los que trabajan por la paz: libres porque permitimos que nuestra conciencia
busque el bien, porque sólo buscamos la comunión y la solidaridad. Un corazón
lleno de misericordia que nos lleve a tomar decisiones que construyen paz en lugar de
conflicto. Un corazón que anima y construye con el testimonio de la propia vida
antes que las palabras y discursos que se los lleva el viento.
· Bienaventurados
los que son perseguidos por la justicia: Libres porque el miedo al rechazo y
conflicto no paraliza nuestro deseo de sembrar en el mundo. Libres porque nada,
incluso la muerte, puede detener el amor que sentimos por Jesús.
Y la recompensa como nos lo promete, vendrá y
será indescriptible. Pero también la felicidad ya inició, porque con el amor y
la gracia de Dios esta pobreza, mansedumbre, llanto, misericordia, pureza,
esfuerzo por la paz y persecuciones se han vivido envueltos y abrazados por Él.
Y esto ya es una misteriosa y maravillosa recompensa… Ustedes me comprenden...
Libres porque no hay temor en el amor, no hay
barreras y obstáculos cuando el verdadero amor que Dios nos regala toca nuestra
puerta en todo lo que vivimos, aunque venga con apariencia de dolor o prueba.
Pues todo, absolutamente todo, es ocasión de bienaventuranza, felicidad y
libertad plena.
Que esta semana de la mano de Jesús, descubramos cómo
todo aspecto de nuestra vida visto desde los ojos de Dios, puede ser ocasión
para ser más libres y más felices día a día.
Démosle gracias a Dios por hacer todo nuevo, pleno
y grandioso…
Mt. 5, 1-12
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Me enseñaron esta canción que me parece que nos
puede hablar también un poco de este aprender a vivir las bienaventuranzas y
encontrarnos con Él en todo lo que vivamos y atravesemos en nuestra vida.
Cada bienaventuranza es para cuestionarnos. Difícil de asimilar en el mundo de hoy.
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