Estas últimas semanas he tenido encuentros con personas que están sufriendo mucho por injusticias, por sentirse ignorados o rechazados por aquellos que más aman. Un sufrimiento al que es difícil darle una explicación. Situaciones en las que es mejor no encontrar culpables y mejor buscar una verdadera esperanza y ayuda.
Me
puse a pensar en todo aquello que puede ocurrir en nuestro interior en momentos
como éstos. Y me ayudó a comprender un poquito lo que Jesús nos invita a vivir
en el Evangelio de este domingo. Esto tan fuerte como lo que significa poner la
otra mejilla.
Y
es que hemos de reconocer lo difícil que es sentirse rechazado, incomprendido,
ignorado o humillado. Es doloroso tener la sensación de espadas en el corazón
de diversas formas, más aún cuando viene de los nuestros.
La
herida puede hablar, reclamar o quiere gritar. Pero cuántas veces al reaccionar
así pudimos terminar causando otro dolor más grande.
Cuántas
veces pudimos estar convencidos que con los reclamos y cumplimientos de justicia
humana el dolor se iría. Pero la verdad, es que no es así, porque la pena permanece
o crece…
Entonces
nos viene la pregunta del por qué el dolor permanece. Y creo que toca entonces descubrir
y reconocer que esa pena no viene sólo por el daño recibido, porque se origina
en una herida más profunda que está dentro del corazón. Una herida “crónica”
que se activa con el nombre de orgullo, amargura, vanidad o baja autoestima
entre otros. Herida que no se quita con un control de justicias y defensas. Es
una que solo se cura con el ungüento de un amor auténtico que no tiene fin.
Herida que solo recibe alivio cuando deja de juzgar y poner los ojos en lo que
el otro nos da, en el esperar recompensas por el amor entregado. Un alivio real
porque puede fijar la mirada en lo que Alguien más poderoso y capaz de amar más
que nadie en este mundo ya nos ha entregado. Alguien que nos ha perdonado y sigue
dándose en cada segundo de nuestra historia.
Es
como que al elevar el corazón y la mirada a ese abrazo bendito que recibimos, las
barreras se caen, el hielo se derrite y podemos se capaces de ver a los demás ya
no como enemigos, sino como hermanos e hijos del mismo Padre.
Se
nos da la gracia de poder ver a los demás como niños, que al igual que nosotros,
caemos, tenemos pataletas, herimos muchas veces sin querer y aprendemos poco a
poco a caminar en esta vida que es una escuela de amor verdadero. Niños que
vamos aprendiendo a alimentarnos de lo verdadero y eterno.
Creo
que sólo entonces, lo que viene de fuera cobra su lugar. La bulla y espuma no
nos asusta y bajan de volumen para que brote algo más maravilloso que se llama
PAZ.
Una
paz en el corazón que nada ni nadie puede arrebatarnos. Esa, que alivia los insomnios
cuando las escenas de momentos dolorosos vienen una y otra vez. Esa que evoca a
la memoria lo esencial y verdaderamente importante.
Esa
paz que tanto anhelamos y que hace brotar con más libertad y frecuencia la risa
y alegría.
Paz
que permite asombrarnos de lo más simple y sencillo del día a día, porque
amamos el presente más que el pasado.
Paz
que nos permite caminar, volar y subir porque podemos tener la mirada puesta en
lo alto.
Paz
que nos permite respirar el aire fresco del Espíritu que puede hablarnos y
enseñarnos a esperar con paciencia la brisa y las luces que necesitamos.
Paz,
fruto del amor, que sólo es posible cuando dejamos que sea Dios quien actúe y
obre en el corazón.
Paz
que grita y canta cuando podemos perdonar y trascender con la fuerza y poder de
Dios.
Paz
que crece e inicia cuando sencillamente nos permitamos decirle sí al cielo y al
amor eterno que Jesús nos ofrece a manos llenas para guiar nuestro débil
corazón.
Paz
que podemos experimentar cuando nos realiza más dar que recibir.
Y creo que sólo entonces, el caminar
más de una milla con el otro, el regalar la túnica con el manto, el amar al que
nos persigue y responder al mal con el bien que nos invita Jesús a vivir, tiene
sentido y es posible. Porque estoy segura que en el momento que fijemos los
ojos y el corazón en el amor que Dios nos tiene, buscaremos vivir como Él y descubriremos
que amar y entregarnos como Él es una verdadera bendición que nos lleva a la
plena felicidad y la verdadera paz que tanto anhela nuestro corazón.
Señor,
que esta semana busque dar vuelta a todo. Que pueda fijar mi mirada en lo que
Tú ya me has dado, en esa felicidad que Tú has vivido al entregarte por cada
uno de nosotros.
Que
crea más y más que la santidad es posible y que la verdadera revolución y
solución para este mundo que sufre tanto, está en la revolución del amor vivido
a tu medida y vivido con tu fuerza y con tu gracia. AMÉN
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Oración por la Paz (San Francisco de Asis)
Señor, haz de
mí un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Maestro, que
yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.
Amén.
Mt 5,38-48
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Les comparto el testimonio de Santa Teresa de Calcuta en el día que dio su discurso por haber recibido el Premio Nobel de la Paz, tiene mucho que hablarnos para este Evangelio.
Pedir por la Paz en los hogares y reinará la Paz en el mundo.
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