Hay cosas tan sencillas y cotidianas en nuestra vida que a veces no tomamos conciencia que tienen algo bueno que enseñarnos y recordarnos. El Evangelio de este domingo me llamó la atención con una comparación tan simple y tan honda a la vez. Porque en este domingo conocido como el del Buen Pastor, me recordaste Jesús, que Tú eres mi buen pastor, pero que también me llamaste a serlo para otros… Y junto con una verdad tan importante, me hablaste de este detalle que luego describiré un poquito. Y es que, por un lado, qué importante reconocer que todos estamos llamados de una u otra manera a ser pastores: siendo padres, maestros, siendo jefes en un trabajo o un equipo. Llamados a serlo cuando guiamos algún grupo de amigos o de proyectos, desde la función de abogados, guiando de alguna forma rutas y caminos. Pastores como los que acompañan personas, los que curan enfermos, los que aconsejan o guían a quien lo necesite. Tantas y variadas formas como se va dando este hermoso, tan huma...
Todos tenemos experiencias cotidianas que nos llenan de asombro y nos llevan a encontrarnos con la presencia de Dios en nuestra vida. Quiero compartirles mis propias experiencias sencillas y reales, que puedan animarles a descubrir las que están a su alrededor...