Hay cosas
tan sencillas y cotidianas en nuestra vida que a veces no tomamos conciencia que
tienen algo bueno que enseñarnos y recordarnos. El Evangelio de este domingo me
llamó la atención con una comparación tan simple y tan honda a la vez. Porque
en este domingo conocido como el del Buen Pastor, me recordaste Jesús, que Tú
eres mi buen pastor, pero que también me llamaste a serlo para otros… Y junto con
una verdad tan importante, me hablaste de este detalle que luego describiré un
poquito.
Y es que,
por un lado, qué importante reconocer que todos estamos llamados de una u otra
manera a ser pastores: siendo padres, maestros, siendo jefes en un trabajo o un
equipo. Llamados a serlo cuando guiamos algún grupo de amigos o de proyectos, desde
la función de abogados, guiando de alguna forma rutas y caminos. Pastores como
los que acompañan personas, los que curan enfermos, los que aconsejan o guían a
quien lo necesite. Tantas y variadas formas como se va dando este hermoso, tan
humano y tan válido de pastorear y conducir diversas personas, sean o no cercanas.
Misión en
la que con el tiempo vamos tomamos conciencia de lo significativo que podemos llegar
a ser para una persona por un comentario, un consejo, una simple sugerencia con
ese apoyo ofrecido de una u otra manera.
Tal vez hoy
es momento para darle gracias a Dios por esas personas que de una u otra manera
han sido pastores y guías en nuestra vida; sea con sus ejemplos, su cercanía, su
cariño, con ese amor incondicional o con ese ejemplo de vida cotidiana, con el que
día a día vislumbramos un mejor camino.
Por ello hoy
quiero darle gracias a Dios que nos ama tanto, porque en este Evangelio, no
sólo nos confirma que Él es nuestro Buen Pastor, sino que pone atención
particular en este detalle descrito y advertido para todo aquel que busca ser un
buen pastor como Él:
“… el que entra
por la puerta es pastor de las ovejas” Jn 10,2
Detalle
que no es poca cosa, porque habla de la forma de vivir, de ser consecuente e
integro para ser un buen pastor. Detalle que habla de aquella invitación a entrar
por ella. Invitación a no hacer “trampa”, a no saltar por la ventana, a no
ahorrarnos esfuerzos. Invitación a seguir la misma ruta, el mismo ritmo, la misma
forma y el mismo camino del GRAN PASTOR.
Detalle de
algo claro e importante: Jesús no sólo se define a sí mismo como Pastor, sino
que se define también como la PUERTA:
“En
verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas”. Jn 10,7
Entonces, rezando
le preguntaba una y otra vez, ¿Por qué Jesús te quieres definir como una “Puerta”?
Y
meditando, consideraba diversas características que una puerta tiene en la vida
cotidiana. Una puerta, es aquella que nos permite entrar y salir con la
condición de tener un ancho y altura determinada como límite para conducirnos hacia
algún lugar y espacio particular.
Están
aquellas que nos permiten entrar a una casa, sea la mía o a la tuya. Puertas que
nos permiten entrar a un gran y bonito espacio, la que nos permite entrar a un
gran o pequeño evento para encontrarme con otras personas que van con el mismo
interés, están las de una Iglesia que nos permiten entrar para encontrarnos con
el mismo Dios, las que nos permiten entrar a un lugar que pueda curarnos y
sanar nuestras heridas y enfermedades, aquellas que nos conducen a lugares de diversión
y descanso. Puertas que se abren para escuchar justicias y sentencias. Puertas
que abren maravillosos cofres y tesoros invalorables, puertas que esconden
grandes secretos en lugares escondidos, u otras que abren espacios
transparentes y simples como las que guardan tesoros de niños. Puertas de
tantos tipos, formas, tamaños y fines, como existen seres y corazones amados y
protegidos por el mismo Dios en este mundo.
Puertas
que tienen en común dos momentos: dejarnos entrar con todo nuestro ser, sólo con
nuestra mirada, o con uno de todos los aspectos de nuestra persona. Y un
segundo momento, que es el salir: para regresar renovados,
para sacar afuera lo que necesitamos, o para regresar con la memoria llena de aquello bueno o
no tan bueno que hemos podido contemplar detrás de esa puerta.
Puerta que
refleja tantas formas y misterios. Puerta bendita y tan necesaria cuando
tiene el rostro de Cristo.
Puerta bendita cuando es Él mismo quien se pone como seguridad, como modelo, como camino, como ruta segura y necesaria para seguir sus mismos pasos, sus mismas palabras y consejos.
Puerta por la que necesito entrar para unirme a ti Señor, con toda mi
mente, alma y corazón. Y la misma por la que puedo salir con el corazón lleno de ti,
renovado, feliz y pleno para compartir con mis ovejas la ruta y el camino que necesitan
enrumbar.
Y así, mi amada Puerta, junto a ti y siguiendo tus sabios
consejos y verdades, sabré qué necesito mostrar de ti. Contigo entiendo mejor qué necesito cosechar de mi corazón y mi vida para enseñar a los demás. Junto a ti, puedo descubrir qué no encaja con tus medidas y ritmos. Junto a ti sabré cuándo entrar, como salir del daño y cómo buscar a los míos
para animarlos a seguir por tu buen camino.
Hoy mi buen Jesús, te pido eso: darme oídos abiertos, ojos claros y un corazón generoso para acoger lo que me enseñas, para poder abrir las puertas de mi alma que tienen tu marca y tu sello.
Dame la gracia y fuerza para cerrar aquellas que hacen daño a mi y a los míos. Fortaleza para decir no a los que toca tu puerta para alejarme de ti. Y mucha fidelidad para decir sí a todo lo que me haga una mujer plena y feliz como Tú lo anhelas.
Dame la gracia para que yo, oveja, pueda guiar a otras hacia ti. Para que
mis ovejas puedan ver en mi tu reflejo y de ese amor divino, apasionado,
dulce y fuerte que me has dado y me sigues dando de tantas formas y
colores como personas hay en este mundo.
Te abro mi puerta, para que tomen las medidas de la
tuya, para que me hagas del material noble del amor,
de la esperanza y de una fe sólida para acogerte día a día.
Jn. 10, 1-10
Gracias por una mirada más amplia hacia el significado que el Señor quizo darle al compararse con un aprisco.
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