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La grandeza de ser pequeño...

 



Gran y sabia paradoja. Ésta de encontrar la riqueza de ser pequeños para encontrar verdaderas grandezas.

Podríamos describir un poco este misterio desde la realidad física de la pequeña estatura, y llegar también a bellas comparaciones…

Los pequeños, por ejemplo, se encuentran a poca distancia del suelo, pisando tierra más fácilmente. Y a la vez, están acostumbrados a mirar lo que les rodea con los ojos elevados al cielo.

Se saben   más débiles, con menos físico que los demás, viéndo a los demás más grandes, más fuertes o con más resistencia. Y por ello pueden admirar con espontaneidad a los otros, reconciendo con naturalidad que necesita de los demás, para que les alcancen las cosas de lo alto o para ayudarles a ver mejor.

Los pequeños pueden sentirse menores en edad, en experiencia o sabiduría. Pueden saberse hasta más torpes o menos capaces. Y tienen como un deseo más nítido por crecer, por ser mejores cada día, porque saben que aún les falta para estar a la altura necesaria. 

Saben que no pueden cargar con mucho peso por sí mismos, atravesar vallas altas o caminar más rápido que los demás porque sus piernas son más cortas y se cansan con mayor facilidad. Y por ello saben con sencillez y libertad qué pueden y qué no.

Pequeños con tal conciencia de debilidad y limitación, que les lleva a ser humildes para reconocer la necesidad de los demás y de la ayuda de Dios que les permita recibir esos dones, misiones y llamados que terminen siendo hasta más grandes que su propio tamaño.

Por algo es que los pequeños pueden identificarse más fácilmente con los niños, aquellos que no dudan en saberse dependientes del poder de sus padres. Pequeños y niños, que se entienden cargados y protegidos por Dios Padre.



Creo que, por eso, al rezar la lectura de este domingo sobre las verdades del Reino de Dios que han sido reveladas a los pequeños, me alivia más el corazón este llamado de Jesús: “Venid a mí los que estáis fatigados y sobrecargados”. Llamado en el que comprende perfectamente lo que un pequeño reconoce en su vida: sabe de esa impotencia o temor de no llegar a cumplir algo. De ese cansancio de pies y corazón porque el pequeño busca y peregrina para encontrar la mejor ruta. Sabe de esa esa fatiga humana por tanto caer y levantarse.

Sabe de todos los esfuerzos e intentos por amar más y mejor a los suyos como a los nuevos amigos. Sabe de esos miedos a fallar al que amamos. Sabe todo lo inmensamente grande dentro de ese pequeño corazón.

Sabe también de los momentos en los que nos creemos grandes y sabios, y que, ante una experiencia humanamente difícil, aterrizamos de emergencia para reconocer lo diminutos y vulnerables que somos en realidad.

Y aquí está Jesús, agradeciendo a nombre de todos los que se saben pequeños. Aquí está para agradecer por haberle dado a ellos la revelación de un amor vivo y presente. Aquí está Jesús para confirmar las promesas para aquellos que saben ponerse en sus manos.

Aquí está Jesús para recordarnos que con sus cuidados, todo yugo será ligero y que a su lado nuestra vida estará llena de paz.

Aquí está Jesús, para que nuestro pequeño corazón repose sobre su pecho, sobre Aquel que es la fuente viva del GRAN CORAZÓN.

Descansemos en Él y comprendamos con libertad que somos pequeños. Sólo así, podremos acoger la grandeza de Dios y  permitir que su amor transforme toda debilidad en fortaleza, todo dolor en gozo y todo sueño en realidad.

Mt 9, 9-13


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