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¿Cuántos colores existen?

 



Imposible contarlos… Vienen de la luz, de 3 colores primarios que dieron lugar a tantos. Vienen de los que contemplamos en el arcoíris, pero que se siguen combinando y haciendo más matices novedosamente nuevos.

Creo que así somos. Que cada uno de nosotros tiene un color, sabor y sonido único e irrepetiblemente valioso. Así nos hizo Dios, para realizar cantos y paisajes que no se puedan repetir.

Cuando leía el Evangelio de este domingo sobre el llamado a los primeros 4 discípulos, me llamó la atención algo muy sencillo que puede darnos una luz para comprender cómo nos ve Jesús:

“Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres.» Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él”. Mc 1, 16-20



¿Qué es lo común? Los 4 eran pescadores... Miró a cada uno en su lugar, haciendo bien lo que siempre hicieron. Sin embargo, hacían lo mismo, pero no eran la misma persona. Vio a Simón, vio a Andrés, vio a Santiago y vio a Juan. Tuvo una mirada y relación particular con cada uno, y sus vidas tuvieron una misión particular en cada uno.

Es un detalle simple, que me dejó pensando porque es muy importante entendernos y entender a Jesús con estas coordenadas: NADIE ES IGUAL y Él es quien más lo sabe y vive.

Dios no nos hizo en serie: los pescadores, los hijos, los empresarios, los abogados, los líderes, los abuelos ejemplares…. No. Hay algo que va más allá, algo por lo cual y tú y yo fuimos pensados y soñados para toda la eternidad. Y con una forma única, permitió que esos colores, sonidos y sabores se combinen y se unan al amor infinito e incondicional que Dios Amor tiene por ti y por mí.

¿Sabemos cómo son nuestros colores, sabores y sonidos? ¿Entendemos que nuestro ser se define por ello y no por lo que hacemos, tenemos, no hacemos o no tenemos?

Y tal vez la garantía de conocernos bien y mejor sea preguntarle al mismo Dios: ¿Cómo me ves? ¿Cómo soy? ¿Cómo seré más feliz cada día?

No vale la pena diluirnos en lo común, en lo que se suele hacer, en lo que todos hacen. Es una tentación que nos apaga y nos hunde poco a poco…

Ni tampoco vale la pena entendernos y definirnos desde esos títulos, cargos o roles.

Tomemos conciencia que sí hay una relación única, un llamado único, esa particularidad que permitió combinar colores, matices, sonidos y sabores formando a alguien que no puede repetirse jamás.

Los sentires, los pensares, los anhelos y quereres no se repiten, no se copian o no se duplica. Hay un sello puesto en ti y en mí, un amor infinito puesto en lo hondo del alma que se encuentra con nuestra libertad y con todo lo que nos ha regalado. Hay una eternidad grabada en tu espíritu y en el mío que hizo florecer todo de una forma divinamente irrepetible.

Habrá muchas mujeres, pero solo una como yo. Varias fraternas, pero solo una como yo. Muchas profesoras pero solo una como yo. Muchas hijas y hermanas, pero solo una como yo. Muchas amigas, pero solo una como yo.

Habrá varios de cada misión y experiencias, pero solo yo podré vivirla desde ese encuentro entre mi yo más profundo que se une al Yo de Dios.

 

Señor, hay un ser único e irrepetible que se encuentra contigo,

para construir milagros cada día,

aventuras del día a día,

preguntas del día a día,

juegos y risas tan diversas.

Que nunca me quede Señor en las formas,

en el qué hacer, en las urgencias y los planes.

Que la libertad que nos regala tu Espíritu habitando en mi ser,

permita que lo mismo que hago cada día sea nuevo, vivo y especial.

Porque en un alma que se deja amar por ti,

lo mismo no es igual,

lo parecido no se parece,

lo común se hace extraordinario,

lo que cansa y aburre se renueva y despierta un aire fresco.

Que cada día escuche y experimente tu llamado

al despertarme, al caminar y acostarme.

Que cada noche al irme a descansar brote de mi alma

solo canciones de gratitud y asombro

por haber hecho todo extraordinaria y cotidianamente bien.

Llámame cuando quieras, como quieras y a donde quieras,

porque junto a ti,

se hacen nuevas todas las cosas.

Mc 1, 14-20





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