En el bellísimo lugar donde ahora Dios me pide estar, estoy rodeada de montañas verdes y nevados hermosos. Y viendo las montañas, puedo recordar que nuestra vida es como un camino hacia la cima. Un camino que puede tener momentos difíciles y áridos, pero que se van haciendo más llevaderos cuando nos acercamos a la meta. El pasaje del Evangelio de este domingo, nos relata el momento en que Jesús se llevó a sus 3 mejores amigos al Monte Tabor. Los lleva, se transfigura mostrándose con apariencia divina y pueden hasta ver a Dios Padre que los cubre para decirles: “Este es mi Hijo Amado, escuchadle”. Me dejó conmovida distintos momentos de este pasaje, pero de manera particular me quedé en el momento en que Jesús pidió que le acompañen. Conociendo a Jesús se imaginarán que no les dijo: “acompáñenme que van a ver a mi Padre, o que van a ver un milagro”. Sencillamente les llamó a que le sigan. Me los imagino camino siguiéndole, cómo confiados, con preguntas y dudas pero calladito...
Todos tenemos experiencias cotidianas que nos llenan de asombro y nos llevan a encontrarnos con la presencia de Dios en nuestra vida. Quiero compartirles mis propias experiencias sencillas y reales, que puedan animarles a descubrir las que están a su alrededor...