¿Quién
no ha sido empujado alguna vez? Esa fuerza que no sale sólo de uno mismo, en la
que rápidamente o hasta de sorpresa fuimos impulsados por alguien
más. Una experiencia que pudo suscitarnos emociones de susto, diversión,
sorpresa, temor o hasta gratitud…
Una
experiencia que de una u otra manera puede ocurrir también en nuestra vida
interior…Ese deseo, esa moción o aquello que se hace realidad porque alguien
nos animó a tomar una decisión o arriesgarnos para vivir algo bueno.
Y
al ser empujados se nos lleva a una dirección.
Cuenta
el Evangelio de este domingo, que el Espíritu Santo EMPUJÓ a Jesús. Pero
no fue llevado al cielo, ni al mar, a ver un arcoíris o al encuentro con el
Padre. Fue empujado por el Espíritu a un lugar duro, árido e inhabitable
llamado desierto y además para ser tentado por el mismo diablo…
¿Por
qué allí?
¿Por
castigo? No. Pues Dios no castiga y además qué mal podría hacer Jesús.
¿Por
tortura? No. Se aman las 3 Personas y son Dios…
¿Por
su bien? No. Pues el desierto no da vida, ni salida, ni salud.
Y
solo se me ocurre una explicación: fue conducido al desierto porque en él
estamos tú y yo. Fue al encuentro de nuestros corazones y vidas tan sedientas,
agotadas y peregrinas en busca de un lugar mejor donde reposar el alma.
Fue
impulsado por amor: la única razón por la que Dios que es Agua, Vida, Luz y
toda plenitud, deja todo para ir a nuestro encuentro. Deja todo para tender sus
brazos, su alma y su vida para rescatarnos. Jesús, tan lleno de paz y amor,
busca el mal de nuestros caminos y existencias para llevarlos en sus hombros y
convertirlos en bien y gozo.
Y
entonces me digo: Si una madre estaría dispuesta a lanzarse a una jaula de
leones para salvar a su propio hijo, a qué no estará dispuesto Jesús para
salvarnos de las garras del mal, de la muerte y desdicha.
Así
es Él: impulsado, lanzado sin dudar, va al desierto más hondo, a la oscuridad
más oscura, a los peligros más mortales para rescatarnos, para abrazarnos y
sacarnos de este desierto para conducirnos a la tierra prometida y estar junto
a Él.
Cuánto
nos ama Jesús, que quiso hacerse tan humano como nosotros, para vivir como nosotros. Dispuesto incluso a esta realidad tan difícil de ser tentado. Dispuesto a pasar tanta hambre y sed y a lo que sea para unirse a
nuestros desiertos, a nuestros fracasos, a nuestros dolores y heridas. Este
indescriptible amor dispuesto a pasar lo más oscuro para llevarnos a la luz más
plena.
Quedémonos
hoy con esta experiencia de gratitud y asombro, porque Dios se arrojará mil
veces más sin dudar a nuestro encuentro y se lanzará sin dudar al hoyo más
profundo, para salvarnos y sanar nuestras heridas y dolores.
Les propongo que en este primer domingo de Cuaresma empecemos a abrir el cofre del corazón, en el que iremos guardando los tesoros y las pruebas de amor que Jesús nos irá ofreciendo hasta Semana Santa.
Hoy
guardemos en este cofre la gratitud por este amor empujado a buscarnos en
nuestros desiertos y oscuridades para llenarnos de agua viva, de dulzura y luz.
Gracias
Jesús por dejarte empujar a mi encuentro y a mi mundo herido curándome con el bálsamo de tu ternura, tu paz y esperanza infinita.
Sólo
te pido que al recibir tu bondad, pueda ser también empujada e impulsada a amar
y entregarme como Tú lo haces. Y pueda lanzarme con tu fuerza a dar la vida por
los demás.
AMEN
Marcos
1,12-15
Gracias Magali x esta refexion
ResponderEliminarMuchas gracias querida hermana muy linda tu reflexión
ResponderEliminarGracias Magaly cuánto amor nos dió Jesús.Amen.🙏🙏🙏
ResponderEliminarAmén 🙏🏻
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