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¿A dónde me llevas?


 

En el bellísimo lugar donde ahora Dios me pide estar, estoy rodeada de montañas verdes y nevados hermosos. Y viendo las montañas, puedo recordar que nuestra vida es como un camino hacia la cima. Un camino que puede tener momentos difíciles y áridos, pero que se van haciendo más llevaderos cuando nos acercamos a la meta.

El pasaje del Evangelio de este domingo, nos relata el momento en que Jesús se llevó a sus 3 mejores amigos al Monte Tabor. Los lleva, se transfigura mostrándose con apariencia divina y pueden hasta ver a Dios Padre que los cubre para decirles: “Este es mi Hijo Amado, escuchadle”.

Me dejó conmovida distintos momentos de este pasaje, pero de manera particular me quedé en el momento en que Jesús pidió que le acompañen. Conociendo a Jesús se imaginarán que no les dijo: “acompáñenme que van a ver a mi Padre, o que van a ver un milagro”. Sencillamente les llamó a que le sigan.

Me los imagino camino siguiéndole, cómo confiados, con preguntas y dudas pero calladitos detrás de sus pasos. No es que sea una montaña tan alta: 575 mts, un poco más de medio kilómetro. Sin embargo, en un lugar árido como éste es ½ km de preguntas y dudas detrás de Él.



Imaginémonos cómo al llegar a la cima ven con sorpresa y asombro algo que no se pudieron imaginar: a Jesús Transfigurado escuchando además la voz de Dios Padre.  Asombro y desconcierto tal, gozo y experiencia maravillosa tal, que para variar es Pedro quien de forma sincera y algo torpe sólo se le ocurre decir esto:

Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".

La verdad es que no puedo dejar de hacer un paralelo con mi vida, y te animo a hacer lo mismo. 

Evocar esos momentos en los que no entendía lo que me pidió Jesús, en los que sólo me dijo que lo viva y lo haga porque luego entendería. Momentos ayer y hoy en los que empiezo un camino detrás de sus pasos hasta con pruebas, dudas y sin saber lo que se viene. Momentos en los que la única y suficiente certeza es saber que Él me lo pide y no se equivoca. En los que me insiste que Él está conmigo, me guiará y ayudará siempre. Momentos en los que a veces la cima no se ve por las neblinas, las piedras en el camino o tantos problemas que uno no espera.

Pero entonces, de una u otra manera, poco a poco voy percibiendo su gracia, su ayuda, su paz, sus retos, sus bromas, su voz y su fuerza para seguir caminando hacia la cima.

Momentos en los que no lo vi transfigurado, pero lo vi y sintiendo ese abrazo, escuchando ese canto y recibiendo ese gozo indescriptible. En los que me confirma que valió la pena subir al monte, para llegar a la meta. Y en los que yo le respondo que lo haría una y mil veces más.

Este domingo, te animo a abrir nuevamente el cofre de tus tesoros y guardes un momento de tu tiempo para recordar esos momentos en los que luego de duras batallas y momentos difíciles, fue tan grande lo aprendido, recibido y ganado. En los que fue tan evidente el regalo de Dios al corazón, en los que solo queda decir: “valió la pena”.

¿Te animas a recordarlos?

Te comparto una oración que le escribí luego de rezar este Evangelio, espero que te ayude.

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¿A dónde me llevas Señor?

Con la invitación tan clara y entusiasta

de Aquel que tanto me conoce y comprende.

Diciéndome serena y dulcemente que te siga

que vaya tras tus pasos, pisando donde Tú pisas

saltando donde Tú saltas.

 

¿A dónde me llevas Señor?

Cuando empieza el camino

y solo veo ramas y espinas.

Cuando al empezar la empinada

siento piedras, trochas y obstáculos.

Cuando sigo confiada por tus rutas y senderos,

y encuentro también riachuelos que refrescan

u otras veces me salen heridas por caídas y áridos espacios.

Cuando el sol de las pruebas y emociones crecen.

Cuando la nieve de las soledades

nos puede dejar insensibles o paralizados.

 

¿A dónde me llevas Señor?

Cuando al pasar las horas

la bulla ajena se va apagando

y el volumen bueno del alma se enciende.

Cuando ya no molestan las pruebas, las piedras o el barro.

Cuando la brisa de la paz se hace más dulce, más fresca y más constante.

Cuando el atardecer refleja nuevos matices y colores inmensos.

Cuando ya no cansan los empinados,

porque ya se vislumbra con fuerza

estar llegando a la cima, a la cumbre, a la meta.

 

¿A dónde me has llevado Señor?

Cuando desde lo alto y junto a ti

quedó claro que todo lo vivido ha valido la pena,

y todo lo experimentado cobra sentido…

Cuando el Tabor de tus amigos

y el Tabor de la vida

lo llevaste a mi historia

y a nuestro bendito y eterno encuentro.

 

¿A dónde me has traído Señor?

Aquí en la cima,

Aquí en lo profundo del alma,

Aquí en lo eterno del tiempo,

Aquí en lo alto de la esperanza,

Aquí en lo incalculable de una fe

que inunda, que hace buena, grande y más grande todo…

Aquí donde tu amor, el que sostuvo mis pasos, mis pruebas y sueños

es cada vez más vivo y fuerte

en cada montaña que subo y cada vez que te sigo.

Aquí donde el temor y las desconfianzas son absurdas

frente al Amor regalado.

Aquí donde tu amor me condujo

a tener una cita de encuentro en la cima que se vive

entre tu presencia tan dulce y mi espera tan pobre.

 

¿A dónde me llevarás luego?

Ya no importa que te pregunte,

sólo avísame y dímelo con los códigos y formas que Tú y yo sabemos.

 

Aquí estoy, te espero, te busco y te amo.

AMEN

Marcos 9,2-10

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Y les dejo esta lindisma canción sobre esta prueba tan fuerte que pasó Abraham. También Dios le pidió hacer algo que no entendía.... Una prueba fuerte y un final que tiene frutos hasta hoy en nuestra historia de la salvación. Está en inglés pero creo que la podrían disfrutar.



 





 


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