Dejar las puertas bien cerradas es una actitud de
protección. De los ladrones, del vandalismo, a invadir nuestra privacidad o por una obsesión a tener todo cuidado. Por sanas o no tan sanas razones.
Puertas cerradas en nuestras casas, como otras veces
las de nuestras vidas.
La pregunta es ¿Por qué? Y la sencilla y
complicada respuesta será algo tan humano y a veces difícil de abordar: el MIEDO.
De tantas formas: como al fracaso, al abandono, al rechazo, al conflicto, a la humillación, al ataque, al sufrimiento, a reventar de cansancio, a la inseguridad del cambio, a la enfermedad, a la debilidad, al duelo, a la soledad, a los líos y en fin… otros más.
Cada uno sabe bien a qué. Lo que queda en común, es que muchas de nuestras actitudes o decisiones pueden venir de ellos. Y entonces, cerraremos esa puerta para evitar que se haga realidad aquel temor.
El evangelio de este segundo domingo de
Pascua en el que también celebramos el de la Divina Misericordia, es ocasión para
dar gracias por demasiadas bendiciones que nos da. Y entre tantas, hoy quiero
darle gracias a Jesús Resucitado por las formas tan claras y llenas de amor con cada uno de nosotros para poder vencer esos miedos trayéndonos la cura,
que es: LA PAZ.
Son varios detalles que te animo a
meditar y hacerlos tuyos, pues Él tiene una forma particular de acercarse a ti y
ofrecerte la paz.
Las puertas cerradas, por miedo a los judíos (miedo a los que sea…), donde Jesús no sólo abre la puerta o vence el cerrojo. JESUS ATRAVIESA LOS MUROS. Porque nuestros miedos pueden ser tan fuertes de vencer que sólo la fuerza del amor de Dios, de Cristo Resucitado, es capaz de atravesar cualquier dureza, terquedad, cerrazón, agresividad, mala decisión, daño a uno mismo, indiferencia o incredulidad que el miedo construyó en nuestra alma. Y sólo alguien como Él, puede trascenderlo todo y acercarse a ti, pues Él no te tiene miedo. Y curará nuestras heridas y nos ayudará a sacar del corazón el pavor por lo que ha de venir y elevar la mirada para seguir caminando.
Jesús se aparece en medio de ellos: Jesús a veces se aparece a solas de
alguna manera, y a veces sabe que necesitamos de los nuestros para seguir
caminando. Sabe que la vida de fe en amistad y comunidad es una ayuda muy necesaria. Jesús en medio de nuestra familia, de nuestros amigos, de nuestra
comunidad es la fuerza que nos renueva y quien permite que unas veces sean unos
los que nos carguen y en otras podamos nosotros apoyar a los demás.
“La paz con vosotros”: que lo dice 3 veces en esta historia.
Pero que la dice tantas veces en el Evangelio y a lo largo de nuestras vidas.
Una paz que no está JUNTO a nosotros, sino CON nosotros, como muy dentro. Una
paz recibida que se encarna dentro del espíritu de la cual brotan las
experiencias de amor y alegría más hermosas y dulces.
Esa paz que se refleja en un alivio, en
el aire fresco que podemos respirar, en ese dormir serena y
tranquilamente, esa risa espontánea y simple del día a día, esa mirada a la
realidad sin dejar que nada nos sobrepase y afecte, esa mirada al dolor que no nos
destruye sino que podemos transformarlo en amor a los nuestros, esos halagos
que nos animan sin inflarnos el orgullo y vanidad, ese hacer las cosas con gozo y
esperanza, ese poder agradecer lo vivido, ese poder proyectarse al futuro, ese poder perdonar sinceramente, ese esforzarse por ser mejor con
entusiasmo, esa creatividad y en sentido común que brota en una mente abierta
a muros rígidos o prejuicios densos.
Paz que brota de la fuerza de Jesús Resucitado,
que nos levanta a seguir la senda que nos pide, fuerza que brota desde la fe que Él mismo nos regala.
Y entonces está la alegría de los
apóstoles:
porque acogen esa paz, que los lleva a anunciarla, que los lleva a abrir las
puertas para contar la buena noticia. Y al igual que ellos, si acogemos esta paz
lo anunciaremos. Unos lo creerán y se alegrarán. Y aquellos con corazón
más duro o triste como Tomás, necesitarán de la acción de Jesús quien vendrá a su
encuentro, y entonces nuestra principal ayuda serán nuestras confiadas oraciones.
Se aparece a Tomás y le pide tocar sus
heridas: Jesús sabe del amor que tiene por su amigo y maestro. Sabe del dolor por su muerte. Y Tomás sólo le
cree a Jesús. Comprendiendo su corazón, el Resucitado se le acerca y le muestra exactamente
lo que pidió: tocar sus heridas y su costado. Cuánto conocía a Tomás y cuánto a nosotros. El día de mañana, cuando no podamos
más y nos llenen los miedos, las penas y cansancios, nuestro amigo Jesús atravesará los muros de nuestra vida y se nos mostrará de la forma
que menos lo esperemos para sorprendernos, asombrarnos y llenarnos de su paz y
alegría.
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Queridos amigos, que este domingo de la Divina
Misericordia en el que Jesús nos revela todo su amor, su paciencia y su
infinito unido a esta historia de tanta paz, nos llene de una
fuerza inmensa para creer en Él cada vez más. Y colmados de su amor, podamos anunciar a todos el tesoro de su misericordia y paz que tanto necesita nuestro mundo.
Que Cristo resucitado atraviese todos los
muros de nuestra vida, llene de la fragancia de paz bendita nuestra vida e
historia y acogiendo su misericordia y su infinita gracia podamos hablar de Él
tocando puertas, abriendo seguros o con la fuerza de su Espíritu ser capaces de romper
muros de indiferencia para esparcir la esperanza que nos ha traído Cristo
Resucitado.
Les dejo aquí el link de la
película-documental sobre la historia de la devoción a la Divina Misericordia,
les anima que la vean:
Y la historia de Tomas
Gracias Magaly. Dios te bendiga.
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