Tengo el recuerdo vivo de mi fiesta de 15 años. Había soñado con ella y mis papás me la regalaron.
Llegó el día y todo estaba listo: la ambientación, mi vestido, la comida, la música y otras cosas más organizadas con la ayuda de mis amigos. Fue una fiesta inolvidable y muy divertida. Vinieron todos los que más quería. Bailé el vals con mi papá como lo había soñado. ¡Y bailé con mis amigos toda la noche sin parar!
Poco a poco llegaron las horas
de madrugada y empezaron a irse. Hasta
que ya cerca al amanecer quedó el mismo jardín de mi casa vacío. Vacío de gente, sin música, sin luz y bulla. Pero mi corazón no estaba vacío, estaba
lleno de recuerdos, de gratitud y de gestos que atesoré en el corazón.
Y así como como tengo este recuerdo
grabado, podemos tener muchos en los que pasó el momento, pasó el encanto o lo
bueno. Pero las experiencias vividas no se van y quedan grabadas en el libro de
nuestra historia.
Me vino este recuerdo cuando
rezaba el Evangelio del domingo viniéndome esta comparación tan simple en
relación a la compleja e importante verdad cuando Jesús nos dijo:
“… el sol se oscurecerá, la
luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se
tambalearán … El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.
Mc. 13, 24-25.31
Porque es así: las
estrellas, el brillar de la luna o el calor del sol podrán desaparecer en
muchos momentos de nuestra vida como también ocurrirá al final de los tiempos.
Los momentos iluminados y felices vienen y en otros momentos se van quedando
solo la oscuridad o el desierto. La felicidad se hace evidente y crece en
muchos momentos de nuestra historia, y en otros es como si todas las luces se
apagaran. Pero lo que nos afirma Jesús este domingo es fundamental: porque
aunque todo pueda acabarse o pasar, su PALABRA que es Él mismo Cristo, no pasa, no se
acaba, no se va, no se aleja de nuestra vida.
Y así como el sencillo
recuerdo de mi fiesta no se borró de mi memoria, imagínense cuántas
experiencias de amor, de presencia, de cercanía, de esperanza y cuántas
palabras de vida ofrecidas por Dios no se van y están como columnas que sostienen nuestro
camino.
Es como si estuviésemos
aferrados y sostenidos de una roca inmensa y amorosa a la que nos abrazamos en
medio del mar. Y entonces vienen rayos de sol suaves, brisas refrescantes, agua
generosa que nos alegra y anima. Y abrazados a esa misma roca vienen ocasiones
de tormentas y lluvias, de olas inmensas
en las que la roca a la que estamos abrazados y que es Dios mismo no se mueve y no se va.
“Cielo y tierra pasarán, mas
mi palabra no pasará”. Mc. 13,31
Démosle gracias a Dios, por tantos gozos, tantos regalos que nos ofrece a lo largo de nuestra vida. Y confiados en su abrazo fuerte, en sus palabras vivas y en un amor que nunca acaba, celebremos siempre esa fiesta dentro del alma aunque por momentos las luces estén apagadas y la música no se escuche.
Porque dentro del espíritu no
dejan de brillar y sonar las notas de Dios, que nos sostiene y acompaña para
toda la eternidad…
Mc. 13, 24-32
Gracias x la reflexión Magali, Dios siempre con nosotros.
ResponderEliminarEs algo tan espiritual y tan profundo que estarán en nuestras memorias👍por los siglos delos siglos.Amen.
ResponderEliminarMuchas gracias!!! Que las notas de Dios nos sostengan cada día, así las luces estén apagadas y la música no se escuche. Tener la certeza de que su infinito amor siempre, siempre está con nosotros, es suficiente.
ResponderEliminar