La parábola que nos narra Jesús este domingo, es una historia dura y muy gráfica sobre las consecuencias de nuestras decisiones de vida y de la falta de amor en ella. Un hombre muy rico, pero con los ojos cerrados. Incapaz de mirar los dolores y necesidades de los demas. ¿Miraría entonces a los que iban a sus diarios banquetes, o sólo los invitaba para que admiren sus vestidos de púrpura y lino? ¿Era capaz de ver a los que están a su lado que no comen, no pueden vestirse o como Lázaro enfermos y abandonados? ¿Qué hay en el corazón de una persona así, que sólo puede atenderse a sí mismo? ¿Ocupará sus preocupaciones en cuidarse y desconfiar de todos para que no le roben? Alguien con un corazón tan cerrado, tampoco puede creer y confiar en Dios, porque le es incómodo escuchar sus consejos y ver su ejemplo. Creo que el pobre era en realidad este hombre. Un espíritu que se fue vaciando poco a poco a lo largo de la vida, donde la avaricia y el egoísmo le han robado el cor...
Todos tenemos experiencias cotidianas que nos llenan de asombro y nos llevan a encontrarnos con la presencia de Dios en nuestra vida. Quiero compartirles mis propias experiencias sencillas y reales, que puedan animarles a descubrir las que están a su alrededor...