La terquedad se puede definir como “la
actitud de una persona que se mantiene en sus ideas, opiniones o deseos, aun en
contra de razones convincentes”.
Es probable que conozcamos a más de
una persona con estas características, o incluso que nosotros mismos seamos
así. Estas personas pueden llevarnos a desencuentros, peleas o resentimientos
por diversos temas. Nos sorprende, entonces, lo aferradas que pueden estar a un
pensamiento o intención, lo que les impide ver las cosas desde otra
perspectiva. Tienen una seguridad impresionante en sus convicciones, lo que las
lleva a actuar con firmeza en lo que creen.
Pero creo que la fuerza que revela
una persona así, puede ser de mucha utilidad cuando es orientada y guiada hacia
algo bueno e importante. Traigo esta característica humana porque al meditar en
el Evangelio de este domingo, me dejó resonando cómo acaba esta cita.
Como sabemos, estamos en las últimas
semanas del año litúrgico y, en ellas se hace referencia a los signos del fin
de los tiempos, de la segunda venida de Cristo, de la experiencia de la muerte,
del cielo y la salvación. Una realidad que también nos hace tomar conciencia de
las incomprensiones y pruebas que podemos pasar a lo largo de nuestra vida
cristiana cuando queremos ser fieles a Jesús. Muchas veces, podemos enfrentar
pruebas, cruces o exigencias porque no olvidemos que los verdaderos tesoros
cuestan…
Entonces, Jesús, luego de advertir sobre las pruebas que podremos sufrir, termina consolándonos y advirtiéndonos que Él estará con nosotros y hablará por nosotros cuando sea necesario. Y entonces acaba con esta frase:
“Pero no perecerá ni un cabello de
vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (Lc. 21,
18-19).
Es decir, Él siempre nos protegerá y
salvará hasta los cabellos de nuestra cabeza. Solo nos pide una cosa: confiar,
aferrarnos, permanecer muy unidos a Él. Jesús hace el resto.
Me viene la figura de estar cogiendo su manto, su mano tan fuerte, que no nos soltaremos de Él por ninguna razón. Es estar tan aferrados a su amor que nada ni nadie nos puede soltar. Y aquí entonces, la terquedad nos es muy útil y cobra todo el
sentido. No hay razón, argumento o persona que nos haga flexibles o relativos en nuestra forma de amarle y dejarnos amar por Él. Ser tercamente perseverantes en mantenernos al Evangelio, a su verdad y a lo que nos dice.
Aferrarnos a quien es más que una
idea o una razón, aferrarnos a una Persona, a la única Persona que nos trae y
ofrece todas las seguridades, garantías, fortalezas, bendiciones y felicidad en
este mundo y al fin de los tiempos.
Tercos para perseverar, para caminar
con Él, para no soltarnos de su mano, sintamos lo que sintamos, pasemos lo que
pasemos, vivamos lo que vivamos.
Tercos en su amor, como Él es terco con
nosotros, pues confía y sueña con nuestra salvación. Como Él es terco para
perdonarnos y buscarnos una y otra vez cuando lo olvidamos.
Amorosamente tercos para perseverar
junto a Él y así acoger la salvación y el cielo, empezando a gozar de él aquí
en la tierra. Tercos para dejar que Él construya con roca sólida esa morada que
nos regala para el cielo prometido.
Así es que alguno de nosotros tiene
esta característica, no se juzgue y úselo para esto que es tan importante y tan
bueno, y naturalmente dejará de serlo para otros temas absurdos que nos roban
la paz y la reconciliación con los que amamos.
San Lucas 21, 5-19


Quiero ser perseverante en tus enseñanzas Señor.
ResponderEliminarQue bonito es revertir un sentimiento, una emoción equivocada en un "bien supremo" que nos dará y da gozo, alegrías y paz en nuestro corazón. Bonita reflexión. Gracias.
EliminarMagslita muy buena reflexión gracias
ResponderEliminarAsí es, aferrarce a nuestro Señor contra viento y marea, solo con él lo lograremos todo...
ResponderEliminarGracias Magali x la linda Reflexión, no soltarnos de El Aferrarnos Siempre!!
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