Hace
poco volví a escuchar esta expresión que me encanta: “sentirme en las nubes”. ¿Alguna
vez han tenido esta sensación, de estar tan felices, que el corazón se eleva para
sentir como que estamos flotando… en las nubes? Una experiencia que nos eleva para
encontrarnos con las cosas verdaderamente importantes de la vida.
Cuando
nos sentimos en las nubes, experimentamos algo tan maravilloso que los
problemas difíciles del día a día parecen insignificantes. Es como que
lo que antes nos podía preocupar, ahora deja de ocupar espacio en la mente y
corazón, y muchas cosas pasan a un segundo plano.
Cuando
nos sentimos en las nubes nuestra atención, nuestro interés y nuestros días quedan
fijos en aquello verdaderamente importante que nos hace tan felices. Es como si
nos sintiéramos transportados a otra dimensión, en la que el gozo, la paz, el
deseo de vivir y la comunión es tan fuerte que se disipa todo temor, soledad, tristeza
y hasta el dolor no nos afecta. Es como si todo lo negativo no puede anular lo que
estamos viviendo.
No
soy teóloga ni pretendo serlo. Solo les quisiera compartir una comparación
super sencilla y simple del contraste entre la vida eterna en el cielo y lo que
vamos viviendo aquí, en este mundo. Siempre les he dicho que estoy convencida
que el cielo empieza aquí en la tierra. Sin embargo, el Evangelio de este
domingo me llevó a comparar estas dos realidades. Un Evangelio como difícil ante
la pregunta que le hicieron, que nos podría dejar pensando en temas de
escatología. Pero en realidad, esta vez me llevó a ver cómo una vez más Jesús nos ubica el espíritu para recordarnos que Él es un Dios de vivos, que nos quiere felices eternamente y que anhela llevarnos al cielo.
En
este pasaje los saduceos (quienes no creían en la resurrección de los muertos) le
hicieron una pregunta que cualquiera de nosotros le podría haber hecho. Le
preguntaron qué ocurre con los viudos en el cielo al encontrarse con sus
esposos anteriores. Una pregunta interesante si nos quedamos con la mirada
concreta desde este mundo.
Y
la respuesta de Jesús dio un giro diferente. Sí les respondió a la pregunta
concreta, pero Jesús les invitó también a tener una mirada con un salto
cualitativo. Les hizo a ellos y a nosotros una invitación más importante:
buscar el cielo, en el cual no hay límites y en el que Dios ya tiene todo
contemplado. Ir al cielo donde todo va más allá del tiempo, del espacio para vivir felices eternamente.
Los
animo este domingo a quedarnos con una verdad muy clara y fundamental: Cristo
nos quiere vivos para la eternidad, nos quiere felices y plenos, nos anima a
confiar y a creer que ninguno en el cielo saldrá perdiendo, ni recibirá menos plenitud,
ni se quedará sin un lugar. Simplemente empecemos por algo fundamental: elevar la mirada, el
corazón para creer que el cielo y la eternidad es un misterio de amor infinito y
pleno que no terminaremos de comprender con nuestra razón,
nuestros esquemas y nuestros recursos limitados en este mundo. Tengamos por seguro que en el cielo todo encajará
perfecto. Confiemos siempre, porque Dios tiene todo contemplado y nos ha
preparado una morada y una felicidad tan plena, que, si ahora evocamos el momento
más feliz de nuestra vida, en el que nos hemos sentido “en las nubes”, la
experiencia del cielo es infinitamente superior y se vive en otra dimensión. Una
vida tan plena, que no hay forma de comprenderla y categorizarla en este
momento.
Por
eso, cuando volvamos a tener otra experiencia de plenitud, de estar en las
nubes, elevemos los ojos y el corazón a Jesús para decirle: “Señor, si ahora puedo
experimentar algo tan indescriptible, cómo será el poder estar toda la
eternidad a tu lado, con los que amo y participando de todo tu amor sin fin ni
final”.
Lucas
20, 27-38


Gracias Maga por recordarnos , lque nuestra Patria eterna,es el cielo! Porque esa esperanza es lo que da sentido a nuestras vidas 💖
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