Ir al contenido principal

¿Tolerar o trascender?

 

Conversando con una amiga hace un tiempo, hablábamos de la importancia de darle buen sentido y uso a las palabras. Ese saber ponerle la mejor categoría a nuestra experiencia.

Y una que últimamente me ha dado vueltas por las distintas formas como se usa, es el término de “tolerancia”. Un término que tiene una gran riqueza cuando sabemos usarlo bien. Es un valor que implica el respeto íntegro hacia el otro, hacia sus ideas, prácticas o creencias, independientemente de que choquen o sean diferentes de las nuestras.

Y hay otro término que me encanta vivir y valorar que es el de “trascender”. Su significado podría dar la impresión de ser un sinónimo, pero en realidad no lo es. Su significado habla de ir más allá de algo, o ese penetrar, comprender o averiguar algo que está allí oculto y es lo esencial.

Cuando meditaba el Evangelio de este domingo me vino con más claridad la diferencia de estos dos términos. Les confieso que cuando antes leía este Evangelio, me daban ganas de quedarme meditando en la Primera Lectura o el Salmo porque no entendía bien la respuesta dura que Jesús le dio a una mujer. Poco a poco Dios me fue mostrando otro significado más hondo.

Imaginémonos a Jesús caminando en un pueblo cerca a Cafarnaúm donde no habían muchos judíos. De pronto, se escuchan los gritos de una madre desesperada que le pide ayuda a Jesús. No era una mujer judía, era una cananea; y su hija no tenía un daño cualquiera, estaba endemoniada.

Para comprender mejor, también entendamos que el pueblo judío, llamado el resto fiel de Israel, no se caracterizaba por sus riquezas o poderes. Era pequeño pero importante porque sabían que de éste nacería el Mesías. Los cananeos además eran politeístas y tenían costumbres muy opuestas a la de los judíos como los sacrificios a ovejas y toros comiendo luego parte de ellos. Eran incluso llamados por los judíos como “perros”.

Ubico este contexto porque me pongo en el lugar de una madre desesperada por el sufrimiento de su hija, que le busca. Y me daba la impresión que se dirige a Él como alguien que en un primer momento no lo veía como importante para su fe. Pero había escuchado de sus milagros y grandes obras y quería curar a su hija.

Entonces con un gran grito ella le dice “Hijo de David” (forma como se le llamaba a alguien poderoso y milagroso como fue Salomón). Pero Jesús, ignora el grito y continúa caminando. Los apóstoles que en otras ocasiones fueron indiferentes a estas aclamaciones, le piden a Jesús que le haga caso (¡Cómo habrían sido esos gritos de dolor!…). Y Él les responde: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Algo así como: Sí a los pecadores, pero sólo a los judíos.

Pero la madre ante ese comentario, no sólo grita otra vez, sino que se postra ante Jesús y le dice: “Señor socórreme” …. Un grito que me evoca a esos que brotan de lo más profundo del corazón cuando estamos desesperados porque no podemos seguir engañándonos y pensar que somos capaces de controlar todo con nuestras fuerzas. Cuando experimentamos que ya no podemos más…

Viene entonces esta respuesta que parece dura de parte de Jesús y que puede dar la impresión de que se le pasó la mano o que pueda estarse burlando ante este drama familiar: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”.

Y creo que es aquí donde la palabra «tolerancia» me queda corta. Jesús decide no usar formas y términos “cordiales y de convivencia”. Jesús sabe que esa respuesta dura le puede llevar a «trascender» el corazón y el amor de esta madre. Mira la hondura de su ser y ve que junto a este sufrimiento hay una experiencia evidente de saberse contingente, limitada, de no poder sanarla ni con todo el dinero del mundo porque es un mal que solo Dios puede sanar. Ve un alma buscando a un Dios incontigente e ilimitado…

Estoy convencida que Jesús sabe ver nuestro interior mejor que con una radiografía del espíritu. Pudo ver que ese dolor de madre, y que éste puede ser la grieta para que entre por ella el agua fresca de la gracia de la salvación. Puede ver que esta mujer puede encontrarse con el hambre de felicidad honda y la sed saciada que busca para su hija. Está en camino de comprender que solo Dios puede curar cualquier mal, cualquier demonio, cualquier daño eterno …

Y entonces Jesús escucha la bella respuesta de esta extranjera que mirándole a los ojos y postrada ante Él es capaz de decir con humildad y autenticidad: “Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”.

Respuesta que no es una falta de respeto. Creo que, es todo lo contrario. Es la respuesta de una madre que, al verlo cara a cara, le puede rogar con más insistencia, porque ahora se ha encontrado con el Dios verdadero.

Y entonces Jesús pasa de una primera respuesta dura, a una de gran asombro: “Mujer, qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”. Y su hija quedó curada.

No nos engañemos más. Dejemos de ser también cananeos creyendo en falsos dioses: los títulos que alcanzamos, creernos dioses de nosotros mismos, creer que lo son otras personas, nuestra fama o el dios que creativamente busquemos disfrazar. 

Dejémonos trascender, ir más allá, para dejar que Dios ocupe el lugar real que tiene.

A la hora de la hora, cuando nos toca la puerta la enfermedad difícil, el riesgo de perder a aquella persona que amamos tanto, la partida de un ser querido, la fragilidad de nuestras caídas, la vulnerabilidad de no ofrecer seguridad a los que queremos o cualquier situación indescriptible; recordemos que podemos postrarnos ante Jesús que es Dios y decirle: “Señor socórreme”. Y entonces dejaremos de ser extranjeros de nuestras vidas para empezar a ser ciudadanos del cielo empezando aquí en la tierra.

Creo que este encuentro me lleva a pensar que yo también puedo ser una mujer cananea por mi falta de fe, por mi falta de coherencia, por mi falta de esfuerzo, por mi falta de esperanza y caridad. Pero ante estas situaciones límites que se dan, solamente puedo encontrar aire, salida y libertad cuando puedo elevar la vista al cielo y dejar a Dios que sea Dios en mi vida.

Jesús es tolerante, paciente y respetuoso en nuestra vida pasada y presente. Pero Jesús ante todo, sabe trascendernos, porque sabe que en lo más hondo de nuestros corazones soñamos con un futuro pleno, soñamos con esa felicidad eterna que no se construye con palabras bonitas y suaves, sino con verdades profundas que nos describen y las dicen solo aquellos que nos aman auténtica y profundamente.

Yo sé que le abro mi corazón al que me dice la verdad, no al que me dice cosas bonitas. Y por ello también yo quiero buscar a Jesús para que, ante todo, sepa trascender mi hambre de eternidad y me ayude a satisfacerlo cada vez más. Por eso hoy le pido a Jesús que siga siendo paciente y tolerante para educarme. Pero sobretodo le pido que siempre trascienda mi humanidad y me diga lo que necesite escuchar para ofrecerme lo que realmente necesito en cada etapa de mi vida.

Que esta mujer cananea nos enseñe a ser humildes para saber mirar siempre de frente a Dios y pedirle lo que necesitamos para alcanzar la plena felicidad.

Dejemos que Dios hable, actúe y nos transforme siendo el verdadero Dios de nuestra vida…

Mt 15, 21-28


Pd: El sábado 15 de agosto día de la Asunción de la Virgen es un día también para darle gracias porque tenemos una Madre, que no es extranjera, pero sí le pide, le grita o le ruega de muchas maneras a Jesús por nuestro bien y por nuestro futuro. No dejemos nunca de acudir a nuestra Madre del cielo….

Comentarios