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Abiertos, no cerrados

 





“… los hombres más que en buenos y malos, listos y tontos, ricos y pobres, se dividen en generosos y egoístas, en hombres que tienen dentro de sí el centro de sí mismos y en hombres que tienen ese centro mucho más allá que ellos mismos. En definitiva: en hombres abiertos y cerrados”.

Martín Descalzo, VIDA Y MISTERIO DE JESUS DE NAZARETH

 

 

Muy interesante lo que afirma este autor…

¿Pues quién busca vivir en soledad, es decir “cerrado”? Creo que nadie.

Con certeza, hay algo muy inscrito en nuestra humanidad: ese auténtico deseo de sabernos amados y amar a los demás. Son como dos caras de una misma moneda. Nadie puede ser feliz sin el AMOR AUTÉNTICO.

Creo que por ello Dios nos regaló una familia y la experiencia tan hermosa de poder vivir la comunión y la amistad. Además de Dios, sólo otro ser humano puede reflejar y traducir lo que existe en nuestro interior. Sólo el espíritu humano puede comprender lo que otro goza o lo que padece en distintas circunstancias de la vida.

 



Y les confieso que algo que siempre me asombra es todo lo que los seres humanos somos capaces de hacer o no hacer por sabernos queridos, aceptados o reconocidos. ¡Y cuántas actitudes contradictorias podemos vivir por evitar el rechazo!  Es como si ese sincero deseo de encuentro y amor se tergiversa cuando existe una inseguridad o miedo de fondo al pensar que no somos amados o reconocidos por nadie. Entonces es como si se empezara a buscar afecto o reconocimiento como sea, e incluso se buscan libros y talleres de autoayuda para que pueda crecer la “autoestima” en nuestras vidas (que no están mal, pero sí son un síntoma).

Pero también me sorprende lo que nos ocurre cuando vivimos esa satisfacción de ser reconocidos y queridos. Es como si esperamos que se repita una y otra vez.  Pero la realidad es que estos “aplausos” y cariños del momento se van rápido como el humo, quedando solo el recuerdo o la foto del momento…

De hecho, es algo muy bonito sentirse reconocido y querido por otros. Y es algo muy humano. Pero también es importante comprender qué es lo que realmente necesita nuestra alma y nuestro espíritu para tener una paz y satisfacción que no se borra. Qué es lo que necesitamos para experimentar una auténtica seguridad.

Y si navegamos en nuestro interior, comprenderemos que tenemos necesidades más hondas que otras, cariños más importantes que otros, experiencias más trascendentes que otras. El cariño de un amigo del trabajo, por ejemplo, es diferente al de un amigo cercano, al de un hermano y a la seguridad que da la de una madre. 


Y doy toda esta comparación y descripción de los cariños recibidos, porque también estoy convencida que el tener la certeza del amor nada más y nada menos que de Dios, marca una seguridad aún más honda en nuestra vida. Creo que cuando hay una certeza de que Dios Amor me ama de forma personal y única, la mirada y comprensión sobre mí también tiene un horizonte mayor.

Es distinto entender que puedo ser querida por una persona, al saber que soy amada incondicionalmente por el mismo Dios todopoderoso e infinito. Cómo no sabernos más protegidos cuando hay esa seguridad de que alguien tan fuerte y eterno me sostiene y ha pensado en mí para que yo pueda existir. Un Dios que NO DEJA DE PENSAR EN MI. Alguien que me muestra este amor de tantas formas sencillas y nuevas.


Y entonces el asombro y gratitud en mi vida va tomando otro rostro y otras preguntas. ¿Cómo puede ser que yo siendo tan débil, con tantos defectos y errores pueda ser tan amada por Alguien que no deja de pensar en mí, que sueña más que yo con mi felicidad, que sufre más que yo con mis caídas, que celebra más que yo con los logros, que ha preparado una vida plena para mí? ¿Por qué? ¿Desde cuándo? ¿Hasta cuándo?

Y la única y constante respuesta será decirnos: “es porque te amo una y mil veces más…”

Y así, el amor a uno mismo cambia también, pues ya no estará en función de lo que otros piensen, de lo que otros juzguen y crean. La correcta autoestima y amor será desde ese ser en mí que Él tanto ama. ¡Qué necesario aprender a amarnos desde la mirada de Dios Amor y no desde la nuestra!

¿Y algún día terminaremos de entender esto? Sólo cuando estemos con Él cara a cara.

Por ahora, sólo comprendemos un poco que el Amor que celebramos este domingo en la Solemnidad de la Santísima Trinidad es eso: Tres personas que expresan su identidad más profunda desde una eterna relación de amor. Esa identidad profunda que ha sido nada más y nada menos que SELLADA EN LO MÁS PROFUNDO DE NUESTRO ESPÍRITU. Esa huella de familia por la que podemos llamar “ABBA” (papito) al mismo Dios.

Sí, es todo un misterio. Difícil de comprender, pero si abrimos el corazón creo que puede ser fácil de percibir, acoger y vivir.

Más que comprender este mayor misterio del amor de la Trinidad, amemos y dejémonos amar por Dios y por los demás. Dejémonos invadir por este amor familiar que viven las tres Personas para que habiten en nuestra vida.

Y aprendamos a experimentar esta huella profunda sembrada en nuestros corazones con su gracia, con nuestra libertad y con la gratitud eterna de poder ser llamados HIJOS del Padre, HERMANOS del Hijo, y morada del Espíritu Santo.

Que esta semana aprendamos a reconocer este amor divino y familiar en nuestra vida. 



Y abrámonos cada vez más a este espíritu que habita en nuestros corazones que necesita una vida abierta, y no cerrada…

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Este es un bello himno tomado de las Laudes de este domingo nos ayudará a rezarle mejor a la Trinidad.

 

El Dios uno y trino,

Misterio de amor,

Habita en los cielos

Y en mi corazón.

 

Dios escondido en el misterio,

como la luz que apaga estrellas;

Dios que te ocultas a los sabios,

y a los pequeños te revelas.

 

No es soledad, es compañía,

es un hogar tu vida eterna,

es el amor que se desborda

de un mar inmenso sin riberas.

 

Padre de todos, siempre joven,

al Hijo amado eterno engendras,

y el Santo Espíritu procede

como el Amor que a los dos sella.

 

Padre, en tu gracia y tu ternura,

la paz, el gozo y la belleza,

danos ser hijos en el Hijo

y hermanos todos en tu Iglesia.

 

Al Padre, al Hijo y al Espíritu,

acorde melodía eterna,

honor y gloria por los siglos

canten los cielos y la tierra.

 

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“En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados”. Romanos 8,14-17

 

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