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Hambre...

 


Esta sensación que nos indica la necesidad de comer: luego de varias horas sin hacerlo, que aumenta con el frío y el esfuerzo; o aquel tan doloroso y constante en la pobreza extrema.

Cuando rezaba sobre el Evangelio de este domingo, continuación al milagro de la multiplicación de los panes, me imaginaba otra vez lo que experimentaron estas miles de personas saciando el hambre de forma tan milagrosa. Situación en la que Jesús se aleja para no ser proclamado rey, pero en la que lo encontraron.

Y así, empieza la historia de este domingo, en la que Jesús no se escapa, sino que tiene un diálogo que nos enseñó a saciar un hambre más importante.

Les dijo una frase directa, dura y clara, para ayudarles a comprender lo que todos vivimos dentro:

 “Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna”.  Jn 6,26-27

Afirmación que llevó a hacerle una pregunta sincera:

«¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»

Y respuesta de Jesús también sincera, que me encanta:

«La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.»

Algo así como decirles que no se trata de HACER, OBRAR, ACTUAR…. Se trata de creer, de confiar en Alguien, de dejarse llevar por Él.

Respuesta que puede ayudarnos tanto a transformar nuestros moralismos, pragmatismos, perfeccionismos y rutinizaciones, para poder mirar a Dios de otra manera. Una forma en la que no importa HACER, sino SER. Importa dejarnos querer, esperar y confiar hondamente en Aquel que tanto nos ama.

Y este diálogo se sincera más aún, pues permitió salir una herida honda al decirle a Jesús:

“¿Y qué señal puedes darnos … para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras?”

Una pregunta que nos puede dar risa o impaciencia si recordamos que son ellos que le buscaban por haberse saciado de pan luego del milagro. ¿Y le piden ahora otra prueba más?

Pero la paciencia de Jesús no tiene límites, y comprende lo que ocurre en sus corazones y en los nuestros. Cuando nos sinceramos más y más con Él, reconocemos que, a pesar de tantas muestras, tantos milagros y pruebas suyas, no terminamos de creer en sus planes, en sus tiempos, en su poder, en su fuerza o en sus formas. No terminamos muchas veces de creer que Dios, es Dios…

O incluso surgirnos esos reclamos en los que le decimos que aún no terminamos de ser felices porque no nos da lo que le pedimos…



Respuesta que no pudo ser otra que mostrar la verdad de ser Él ese Pan de Vida que sacia todo...


Y entonces me pregunto:

¿No será entonces que no terminamos de creer que hay otros tipos de hambre más importantes?

¿Hambres que si no son saciados pueden llevarnos hasta la debilidad, agonía o muerte interior?

Hambre más importante como el de la paz de nuestras conciencias, de la esperanza, de vivir en coherencia y verdad. Hambre que no depende de nada ni de nadie. 

Hambre que está dentro y que sí puede ser saciado si nuestra libertad lo permite...

Y, sobre todo: hambre de eternidad que solo puede ser saciada con Él.

Un Pan de Vida que no es material, que es el mismo Dios hecho hombre. Es Jesús, quien daría todos los signos necesarios una y otra vez, que respondería nuestras preguntas una y otra vez, que nos da su gracia una y otra vez para aliviar toda hambre y toda sed.

Que esta semana nos podamos sincerar con Dios. Que con su ayuda encontremos en lo más hondo de nuestro corazón, que hay hambres fuertes y hondos que sólo pueden llenarse con el amor.

Y recordemos que no se trata de hacer, de realizar fórmulas mágicas ni tareas inhumanas; se trata de creer, acoger y confiar plenamente en Aquel que multiplica y sacia todo.

Si. Hay un verdadero alimento que nos sacia, y su nombre es Jesús. 



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Hambre para toda edad y condición,

éste que evidencia contingencia

que busca llenar vacíos,

para sabernos saciados

y sentirnos completos.

 

Hambre hondo como el que existe

aquí dentro, aquí siempre

aquí en mi casa o en la de mis hermanos

ese que no se apaga con engaños

ni con falsos caramelos

ese que crece con la historia

con las preguntas 

con las subidas o las caídas.

 

Pero hambre incomparable

al que Tú tienes.

Ese misterioso e infinito

por vernos confiados

por vernos buscando

por vernos verdaderamente seguros

con ese amor hecho nido

en nuestro espíritu de niño.

 

Hambre divino el tuyo

por ver corazones que vislumbran

lo que verdaderamente sacia

lo que verdaderamente alimenta.

 

Hambre eterno

por vernos llenos de dicha

al compartir lo nuestro

al irradiar esperanza

al vivir agradecidos

con tu pan multiplicado

con tu gracia eterna

con tu constante entrega.

 

Hoy sólo quiero decirte

que atesoro lo sano que es

tener hambre hoy y siempre

para recordarme fuerte

que sin ti no camino

ni avanzo, ni sigo,

pues sólo con tu vida en la mía

llego lejos, llego alto 

y llego siempre

a esta morada eterna

en la que me preparas una mesa

en la que paciente me esperas

en esta tierra bendita

y en este Banquete eterno

AMEN

 

Juan 6,24-35


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