Estemos en pandemia o no, hay muchos de vacaciones. Y momentos así son
necesarios para renovarnos y encontrarnos mejor con los nuestros. Tiempo necesario
para revitalizarnos, para retomar buenas costumbres, ordenarnos y organizar
nuestra vida.
Descanso en el que puede venir como eco lo vivido en este tiempo, llevándonos a comprender y evaluar lo ya caminado. Tiempo sano para estar a solas y para tener verdaderos encuentros con aquellos que más amamos y que nos conocen mejor.
Qué necesario es darnos estos espacios sin esperar vacaciones; sea en los fines de semana o al final de cada día.
Me pongo a pensar cuántas experiencias en nuestra historia y en el día a día sobrepasan nuestras expectativas, nuestro horizonte y perspectiva. Cuántos momentos en los que no terminamos de expresar los maravillosos misterios vividos. Cuántas batallas ganadas, obstáculos vencidos y metas logradas que no pensábamos alcanzar. Cuántas historias en las que fuimos testigos de verdaderos milagros. Y esas en las que pudimos ser instrumentos de esperanza.
Historias y momentos que no tienen que ser extraordinarios. Casi siempre ocultas y cotidianas: al andar por la calle, al despertar en la mañana o en el trabajo diario. Momentos de la vida que evidencian cómo el Espíritu va obrando constante y suavemente en cada uno de nosotros.
Y entonces, cuando somos conscientes de ello y escuchamos todo más nítido, nos podemos asombrar mucho de las maravillas que va obrando Dios. Momentos en los que necesitamos desahogarnos y narrar lo que habita en nuestro corazón.
Este pasaje del Evangelio que meditamos este domingo, me ayudó a ubicar una vez más quién está siempre para escucharme y alegrarse con lo vivido.
Historia en la que los apóstoles regresan asombrados y felices de hacer obras
grandes con la gracia de Dios, van donde su maestro para agradecer, contarle y
narrar aquello que les ha sobrepasado. 12 apóstoles con 12 historias diferentes
y especiales.
Entonces Jesús, comprendiendo muy bien lo que experimentan, sabe que necesitan tomar aíre y contarle todo con libertad y calma. Y les invita ir a solas con Él a un lugar tranquilo y alejado para descansar.
¡Qué tal plan! Ir sólo los 12. Tenerlo solo para ellos, por un tiempo. Poder gozar de su presencia sin otra gente que le busca y necesita. No es egoísmo, es humano y necesario…
Momentos como los que Jesús también nos invita a vivir. Éstos en los que la barca de nuestra vida se aleja de todo para poder descansar en Él. Descanso físico probablemente, pero sobretodo ese reposar en su pecho nuestra mente llena de ideas y recuerdos, nuestro corazón lleno de emociones y retos, nuestras manos llenas de pendientes y responsabilidades, nuestros pies llenos de proyectos por iniciar, nuestros hombros que han apoyado y consolado a los demás, nuestros ojos que no dejan de mirar vidas y corazones que nos rodea. Momentos para estar con Él en la barca del Santísimo, en ese lugar que nos remite a Dios, pero sobretodo en la barca de nuestra interioridad donde se encuentra nuestro espíritu con el suyo.
Reposar y hasta quedarnos dormidos sin tener que estar alertas, porque nos sabemos protegidos y cuidados por Él.
Descanso en Dios quien nos ayuda a tener categorías, respuestas y alivio a lo que vivimos. Descanso en Él recibiendo su fuerza y gracia para seguir caminando. El que nos lleva a sabernos perdonados y comprendidos todas las veces que lo necesitemos. Descanso en Dios escuchando sus palabras y aliento para seguir adelante. Descanso sobretodo, para recibir su amor y ternura divina colmando y refrescando nuestro espíritu, nuestro tiempo y nuestro ser.
Creo que sin este descanso tan necesario, los otros no terminan de darse. Podríamos dormir más de un día, distraernos más de 1 semana, hacer nuestros hobbies muchas horas al día pero nuestro yo no terminaría de saberse realmente en paz, armonía y alegría porque hay una parte fundamental de nuestra barca que no ha soltado y encallado en Aquel que permite que ésta navegue y flote serena y plenamente.
Hoy es una linda ocasión para renovar nuestra relación con Él, para buscarle no solo cuando le necesitemos, sino sobre todo para estar junto a Él siempre, como sabemos hacerlo con las personas en quien confiamos.
Necesitamos vivir siempre en su presencia: al caminar, estudiar, reír, llorar, rezar o trabajar. Y necesitamos reservar también ese momento a solas con Él en ese lugar tranquilo donde podamos contarle lo que hemos vivido, lo que vemos por delante, retomando nuestras fuerzas y alegrándonos por sabernos tan amados por Él.
Y si queda la duda de qué hacer cuando no hay tiempo, o cuando no tenemos fuerzas, no nos preocupemos. Hoy me alegró escucharle dándome un detalle de la historia con una clave importante y sencilla que les comparto:
Cuando los 12 llegaron a la orilla, hubo mucha gente buscándoles como ovejas sin pastor. Y Jesús se puso a atenderles y hablarles con calma. Pero Jesús cumplió su promesa y su invitación, pues no fueron los apóstoles los se pusieron a predicar ese día; les dejó descansando como les ofreció y fue Él a hacerlo con calma y amor, porque Jesús suple y actúa en nosotros…
Entonces, cuando nos toque seguir amando y entregándonos, y sintamos que no tenemos fuerzas, no nos preocupemos porque allí está Él para obrar maravillas y hacerlo en nosotros. Y estoy segura que serán los mejores momentos de descanso en Él y las mejores obras realizadas, porque veremos claramente su acción divina actuando en nuestra frágil y pobre humanidad. Pues cuando somos débiles es cuando somos fuertes (2 Cor. 12,10).
Descansemos siempre en Él, confiemos siempre en sus tiempos y planes.
Nunca nos dará retos más grandes o misiones imposibles. Será lo necesario
y posible, porque Dios obrará en nosotros cuando nos pongamos en sus manos y le
abramos el corazón para contarle lo vivido y los sueños que guardamos.
Vayamos siempre a ese lugar guardado y especial que tenemos en el corazón donde se encuentra nuestro amor con el suyo…
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