Les animo a contemplar esta historia que me
lleva a pensar en la mía y la de todo ser humano. En la que me encuentro e identifico con el camino de todo aquel que busca aliviar la verdadera sed.
Historia la de aquellos que como tú y yo se supieron necesitados y frágiles. Que buscaron y preguntaron lo necesario para comprender el misterio de sus vidas.
Historia la de aquellos que se encuentran con amigos y hermanos que nos dicen con sinceridad lo que hemos
de cambiar y en lo que hemos de confiar. Esas personas imperfectas, que sin ser
Dios nos pueden llevar a Él. Personas como Juan quien les ofreció bautizarse con
agua, esta agua fresca para ser mejores, para lavar
lo necesario que nos lleve a ver con claridad nuestras vidas y nuestra
historia.
Cuántas veces hemos recibido las bondades de esta
agua fresca venida de buenas personas. Juanes Bautistas que con el agua
ofrecida nos ayudaron a aliviar miedos, refrescar y calmar la tensión de los
problemas. Agua que apagó el incendio de conflictos, que tranquilizó
los mal genios e intensidades, que bajó el volumen de los sentires, y que ayudó
tanto a clarificar los colores y formas de lo verdaderamente esencial de la
vida. Agua fresca que nos prepara para poder aliviar la sed más importante.
Y algo hermoso que vi al rezar este pasaje, fue el cómo Jesús se escondió en esa fila de los que venían a
bautizarse y recibir el agua de Juan. Era uno más en medio de ellos. Lo mismo que hace cada día, cuando se sienta junto a nosotros para pedir con nosotros, para asombrarse con nosotros comprendiendo perfectamente nuestras razones y nuestra humanidad.
Un Dios que, siendo el creador del agua, se deja mojar y bautizar. Que, siendo el creador de nuestra vida, se zambulle con nosotros para levantarnos juntos.
Y entonces cuando llega, todo se transforma de humano en divino y
grandioso. Y al recibir el Espíritu y el amor de su Padre, transforma el agua fresca en AGUA DE FUEGO…
Si, agua de fuego que nos toca el corazón y nos habla fuerte y claro. La que atraviesa y quema nuestra historia, nuestras vidas y corazones. Experiencia misteriosa cuando somos acrisolados con el fuego del amor, cuando la cruz y las pruebas ya no duelen porque su amor bendito nos permite nacer a una vida nueva.
Agua de fuego que nos lleva a convertir esos instantes de gracia en eternos. La que hace que de pronto podamos tomar esas decisiones maduras y generosas que nunca nos creímos capaces de lograr.
Agua de fuego que nos transforma cuando menos lo esperamos. Y que ilumina nuestra vida para verla con ojos de gratitud e infinito.
Agua de Fuego que
viene de Cristo, el Único que puede calmar nuestra sed más profunda.
Tengamos los ojos abiertos, el corazón dispuesto y
el alma libre para acoger esta Agua que viene a nuestro encuentro.
Viene nuestro Señor escondido una y otra vez, en medio de lo cotidiano y entre la fila de tantos que le buscamos y necesitamos.
Llega así sencillo y disfrazado. A veces de Pan, otras de pobre y otras de Niño.
Llega sediento y llega entusiasmado por vernos y amarnos con este Fuego.
Llega dispuesto a darnos luego su Bautismo de sangre...
Llega Cristo, Agua de Fuego, que toma también la forma
de paloma blanca, ésta que vuela libremente al cielo y la tierra, por fuera y
por dentro del corazón, que recrea y hace nuevas todas las cosas, todos los
corazones y espíritus humanos.
Llega a mi encuentro
Esta Agua de Fuego
Este Fuego de Amor Divino
Este Amor eterno que me sana y me lleva a
volar al cielo.
Aquí estoy mi Señor, te espero.
Calma mi sed y mi búsqueda eterna...
Amén
Lc 3,
15-16.21-22
La PALABRA del SEÑOR DIOS Y SU HIJO JESUCRISTO AL TENER COMUNIÓN CON DIOS ESTAMOS ANTE EL ALIMENTO MAS Y PURO Y SAGRADO NOS LLEVA A LA VIDA ETERNA AMÉN AMÉN AMÉN
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