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Reencuentro

 



Qué linda es esta experiencia que vivimos cuando vamos a reencontramos con alguien cercano y querido. Ese familiar, ese amigo de la infancia, esa persona que vive lejos. Puede ser que esté un poco cambiada o que se le vea más vital, más contenta o más vivida. Pero sabemos que, a pesar de los muchos o pocos cambios, nos veremos con la misma persona.

Hoy me llamó la atención meditar en este reencuentro que Jesús vivió reencontrándose con su pueblo Nazareth al iniciar su misión.

Él era el mismo de siempre. Era ese primo y vecino de toda la vida, ese amigo de la niñez y adolescencia, ese compañero de trabajo que en más de una vez ofreció sus servicios de artesano y carpintero junto a José.

No cambió de aspecto, no quiso mostrarse especial poniéndose un traje diferente como los superhéroes o haciendo milagros. Sólo se sabe que luego de estar en el desierto, se dirigió a la Sinagoga, un lugar tan familiar al que fue desde niño hasta los 30. Lugar donde iban todos para escuchar la Escritura.

Y como todo judío, Jesús se acercó para leer desde aquel rollo.

¡Cómo describir y poder imaginarnos lo que fue tener a la misma Palabra hecha carne, leyendo la Palabra! 

Tenerle en frente escuchándole hablar con la fuerza que brota del amor y gracia de Dios. Contemplar cómo se revela no por milagros sino por ese Espíritu que puede ser percibido por todo espíritu humano.



Y le tocó leer el pasaje del profeta Isaías. Un contenido que habla claramente del poder del Mesías.

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». Lc 4,18-19

Entonces al terminar de leer, se sentó con los demás. Y con sinceridad, autoridad y libertad afirmó que hoy se estaba cumpliendo esa profecía. En otras palabras que Él era el Mesías.

Señor, creo que hoy y cada día, te reencuentras con nostros y sentándote a nuestro lado, te diriges al Nazareth que llevamos porque eres nuestro hermano.  

Hoy con amor nos anuncias que has venido para darnos esperanza, sanando distintos aspectos de nuestra vida.


Hoy vienes y nos ofreces:

·         La Buena Nueva ante nuestra pobreza: para buscar siempre tu Tesoro escondido y no escondido. Éste que es gratuito e incondicional, que solo tiene el precio de nuestro sí. Éste que nos rescata de la pobreza espiritual, para darnos la verdadera riqueza, la verdadera seguridad y felicidad infinita.

·         Proclamar la libertad a nuestros cautiverios y prisiones. Éstas que se dan por las injusticias, la impotencia, el daño y las circunstancias externas. Cuando nos parece que quedaremos encerrados y prisioneros del dolor y las dificultades. Hoy nos recuerdas que has venido para ofrecernos tu libertad que se hace real cuando nos dejamos cargar y amar por ti.

·         Proclamar la vista para la ceguera de nuestra vida. Para ver todo con claridad y verdad. Mirar desde tus ojos, tus categorías, tu justicia y tu misericordia. Dejar de mirar desde nuestras subjetividades o desde lo que otros nos dicen y prometen. Mirar desde Aquel que mejor nos conoce, que no nos miente y que busca sólo nuestro bien.

·         Liberarnos de la opresión. Porque a diferencia de las otras promesas, ésto no es proclamado o anunciado, ésto sólo puedes hacerlo Tú. Sólo Tú puedes liberarnos de aquellos agobios, fragilidades, faltas de voluntad, esclavitudes personales, temores que nos tienen tan debilitados, humillados y agobiados. Opresiones que solo pueden ser desatadas y liberadas con tu acción amorosa y divina.  

·         Y anunciarnos el año de gracia, ofrecernos todo lo que sea necesario para nuestra salvación. Desde nuestro sí, pero con tu gracia y amor.

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Sí, aquí está 

Nuestro Dios hecho hombre, hecho hermano, amigo y vecino.

Nuestro Mesías hecho carpintero, nazareno.

Nuestro Dios y Hombre que nos da lo que sea necesario para quedarnos junto a Él.

Nuestro Mesías peregrinando con nosotros en Nazareth, en el Mar de los milagros de Tiberiades, en las pruebas y dolores de Jerusalén, junto a los nuestros sea en la barca o el césped. Peregrinando en el Cenáculo donde se vive el gozo inmenso del encuentro con Él resucitado y en Pentecostés.

Pero donde sea que estemos, allí estará nuestro Señor y Mesías, sentado a nuestro lado y hablándonos fuerte y claro para que podamos acoger la salvación eterna.

Y al reencontrarme hoy contigo, me siento junto a ti, prometo reconocerte siempre y te pregunto una vez más:

¿Quién eres Tú para mi, y quién soy yo para ti?


Lc 1,1-4.4,14-21






Comentarios

  1. Querida Magali, acabo de terminar de leer el envío que nos has hecho esta semana,
    en el Evangelio de hoy, Jesús, Dios, nos da a conocer, nos descubre y reafirma su
    identidad.
    Varios siglos antes, ya lo había anunciado el profeta Isaías y ese día Jesús lleno del Espíritu
    Santo, lee la escritura en medio de la Sinagoga, descubre su identidad y lo hace con la fuerza del Espíritu Santo, y esto es aprobado por el público.
    Que capítulo tan fuerte en el Evangelio de hoy, estremece y con sinceridad descubrimos
    que realmente "Jesús el hijo de José y de María", es nuestro Señor Jesucristo, Dios hijo único del Padre y con el Espíritu Santo, forman un solo Dios, bendito, alabado y amado. por toda la Eternidad.
    En tu reflexión querida Magali nos escribes :
    Donde sea que estemos, allí estará nuestro Señor y Mesías, sentado a nuestro lado y
    hablándonos fuerte y claro, para que podamos acoger la salvación eterna. Amén.
    Como siempre querida Magali, me siento muy agradecida de la reflexión de esta
    semana.
    Dios te bendiga y te guarde de todo mal, un fuerte abrazo.

    Elvira Orellana.


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