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Salto al vacío...

 



Viendo el otro día gente haciendo parapente, me vino hacer un paralelo con otras experiencias de la vida interior en las que se vive esa misma experiencia. Esa sensación tan fuerte de sentir que estás por caerte al vacío sin ninguna seguridad y siendo llevada por el viento. Pero sensación en la que cuando uno se deja llevar por el viento, en lugar de caer hacia abajo, es elevado y viene esa sensación de empezar a volar.

Y creo que una de estas experiencias que se parecen a un gran salto al vacío como el parapente, es el arriesgarse y confiar en lo que Dios nos diga y nos pida vivir.

Qué difícil es confiar, qué difícil soltar toda falsa seguridad para aferrarse a lo verdaderamente importante que nos da garantías de felicidad y plenitud. Pero si queremos confiar de verdad, creo que el primer paso es poder ser honestos con nosotros para reconocer que no es tan fácil.

Creo que es muy sano y humano reconocer que en nuestro corazón existen muchos tipos de miedos, de dudas e incertidumbres que pueden llevarnos a estar inseguros ante nosotros, antes nuestro futuro y nuestra realidad. Pues sólo aceptando nuestra fragilidad y contingencia, es que podremos elevar la mirada para encontrar y dejarnos llevar por el Único fuerte y poderoso que es capaz de todo por nuestro amor.

Pero la verdadera confianza que puede darnos vida, no consiste sólo en tenerla en nosotros mismos o en los demás, porque éstas tarde o temprano tendrán un límite. Estoy convencida que lo que nos puede aliviar el corazón es poder confiar en Dios. Ese verdadero descanso de saber que estamos protegidos porque estamos en sus manos.

Confianza en Dios que permite no paralizarnos ante los dolores, las caídas, los daños o las agresiones. Confianza que nos permite mirar con esperanza nuestro futuro, que nos permite soñar con libertad, que nos permite aceptar nuestros defectos y pecados porque tenemos puesta la mirada y el corazón en Alguien tan paciente y eternamente misericordioso.





Menciono este tema de la confianza, porque rezando las lecturas del Domingo de Ramos, me conmovió especialmente la lectura de Isaías, quien dijo aquello que Jesús experimento en estos días de su Pasión y Muerte:

“Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos. Pues que Yahveh habría de ayudarme para que no fuese insultado, por eso puse mi cara como el pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado”. Is 50,7

Entonces me cuestionaba nuevamente qué podía habitar en su experiencia de Hombre, qué fuerza le llevaba a trascender el miedo y pavor que vivió. ¿Qué le permitía ser capaz de poner la otra mejilla? ¿Qué podía llevarle a no huir del peligro para dirigirse a Jerusalén donde le buscaban para matarle? ¿Qué pudo llevarle a seguir viviendo, hablando y haciendo lo que el Padre le pedía a pesar del miedo, el rechazo y la muerte que ya era inminente? Y una vez más me mostraba que sólo podía explicarse desde esa profunda e indescriptible confianza y unión con el Padre.

Confianza en el Padre, confianza en Dios que nosotros podemos vivirla como un don recibido de Él. Confianza que se recibe y se vive si acogemos su gracia para atrevernos a dar ese salto de fe, ese salto al vacío porque sabemos que en esa sensación de precipicio están siempre los brazos de Dios esperándonos para llevarnos a volar y ser verdaderamente libres. Ese dejarlo todo, para llenarnos todo de Él.



Este Domingo de Ramos iniciamos la semana en la que el amor de Dios, la confianza de Cristo en el Padre y la Misericordia infinita tienen un rostro, tienen hechos concretos y el vivo ejemplo de Jesús.

Esta es la semana en la que podemos decidir seguir sus pasos, dejarnos amar por Él, ser verdaderamente discípulos suyos para caminar de su mano aprendiendo a confiar y amar al Padre como Él lo hizo.

Que esta semana su amor, su muerte y resurrección no sea en vano.

Que esta semana podamos unirnos más a Él y podamos lanzarnos con Él a ese abismo infinito de la Misericordia y del Amor. Lanzarnos no para morir en el precipicio, sino para ser elevados y liberados de esa esclavitud de la desesperanza, de los miedos, de las desconfianzas, de los engaños y mentiras.

Lanzarnos para acoger la Salvación por la que Dios vino al mundo quedándose con nosotros para siempre.

Abramos la mente, el corazón y el espíritu para escucharle y entender qué saltos y qué nos pide confiar en este momento de nuestra historia. Unámonos a Isaías que dijo:

“…el Señor Yahveh me ha abierto el oído. Y yo no me resistí, ni me hice atrás”. Is 50,5


Comentarios

  1. EL AMOR A DIOS ES LO MAS VERDADERO QUE NOS UNE SIEMPRE Y CUÁNDO NO NOS APARTEMOS DE LA VERDAD QUE ES SU PALABRA AMÉN AMÉN

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  2. Es maravilloso ese salto de confianza plena y decirle Señor aquí estoy has de mi lo que quieras solo te pido poder servirte hasta el último aliento

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