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Alto y bajo

 




Hace unos días en la fila de comunión estuve detrás de un señor muy alto. Le llegaba como al hombro, y me dio mucha risa tomar más conciencia de lo baja de estatura que soy. Ya luego me puse a pensar cómo vemos las cosas de la vida cotidiana los que somos bajos y cómo los que son más altos.

Es una condición física que también se puede trasponer a la experiencia de vida interior. Una persona alta de espíritu puede ver mejor el horizonte y lo que está por delante. Una persona baja está más cerca al suelo, puede ver más fácil lo que circula por debajo. Una persona alta puede tomar mejor aire y estar más cerca al cielo. Una persona baja de espíritu puede echarse más fácilmente y permanecer cerca al suelo con mayor facilidad.

Y justo hoy el Evangelio nos cuenta la historia de Zaqueo, este personaje bajo de estatura que vive un encuentro tan hermoso con Jesús, que lo convierte gracias a Él en un hombre muy alto de espíritu y muy alto de gratitud y esperanza para nosotros.

Si la semana pasada veíamos a un publicano siendo por ello muy pecador quien tomaba conciencia de su vida, hoy vemos la historia real de un jefe de publicanos en una ciudad de mucho dinero. Un hombre tal vez más avaro y pecador, con una larga y triste historia por perdonar.

Me imagino que Zaqueo, por su condición, conocía y sabía lo que ocurría en el pueblo. Se enteraba rápidamente de lo que la gente hacía y decía de él y de otros. Y qué habría oído sobre Jesús viniendo a Jericó. Qué historias habrá escuchado de Él en otros pueblos. Personas pobres o endeudadas con los impuestos, pero felices y agradecidas por haberse encontrado con Él. Viudas y débiles que recuperaron la salud. Gozos y milagros que no se podían comprar con dinero y poder.

Tal vez él se preguntó qué haría y qué pediría si fuese todo ésto verdad. Qué necesitaría pedir, mejorar y tener en su vida que no se puede comprar con dinero y tanto necesita.

Y cuando tenía la oportunidad de verlo pasar, su estatura no se lo permitía. La gente más alta que él no dejaba verlo. Algo significativo que puede remitirnos a lo que ocurre cuando queremos vivir algo bueno y el ambiente o la gente negativa no nos ayuda y nos limita el poder alcanzarlo.

Pero a diferencia de muchos de nosotros que podríamos quedarnos con las ganas, Zaqueo hace mucho más para conseguirlo. No busca estar determinado por las circunstancias o sus limitaciones. Algo fuerte tuvo que experimentar que no sea solo curiosidad, algo hondo que le llevó a trepar ese árbol para verlo pasar.

A él no le bastaba quedarse con la descripción de Jesús, no le bastó con escuchar las historias o escuchar su voz. Zaqueo quería verlo, aunque sea verlo pasar. Y por ello, a pesar de hacer el ridículo al evidenciar su tamaño y debilitando su imagen, no duda y se trepa al árbol con esfuerzo.

Cuántas cosas se me vienen a la mente que son valiosas en nuestra vida y que pueden darnos el impulso de vencer barreras y obstáculos para treparnos al árbol. Cuántas metas importantes en nuestra vida pueden llevarnos a subir al árbol para no quedarnos sólo con las sombras o las sobras de ese deseo, sino para ver la meta de frente, con nuestros ojos.

Pero cuántas de esas metas quedan de lado ante el misterio de poder ser felices y plenos para toda la eternidad. Cuántas de ellas pueden compararse al deseo de alcanzar el cielo el día que Dios nos llame. Cuántas de esas metas se pueden comparar al inmenso amor y gozo de vivir junto a Él no en el cielo, sino desde ya, aquí en la tierra. Cuántas se pueden comparar a los frutos de amor y paz que nos ofrece Jesús.

Y cuántas heridas, dolencias y enfermedades buscan hace tiempo ser sanadas y curadas. Y subiendo al árbol podremos encontrar el alivio y redención.

Y como siempre, Jesús nos ofrece más de lo que le hemos pedido. Pues al pasar, no solo se deja ver, no solo le mira y saluda.

Jesús le llama por su nombre, le mira y habla con esa calidad divina y misericordiosa. Le habla con tanta cercanía, confianza y naturalidad que pudo haberle derretido el corazón de una sola vez.



Pero Jesús, seguramente tan conmovido por esa búsqueda, por ese corazón herido, por tantas necesidades en su vida, es como si también se hubiera trepado al árbol con él. Y con fuerza y alegría le dice:

«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Lc 19,5

“Date prisa” … como diciendo que ésto no puede demorar más. Ya has comido mucha tierra y caminado muy bajo. Llegó la hora, llegó el momento de recibir la salvación y recuperar tu dignidad.

“...y baja” … porque ya no necesitas de bastones y esquivar obstáculos. Baja para mirarme de frente con tus propios medios, para estar cerca a mí. Para caminar conmigo, a mi lado y para siempre.

“…porque es necesario que hoy me quede en tu casa” … porque es necesario que entre a tu vida, a tu historia, a la intimidad de tu corazón. Entrar a tu casa para conocer tus heridas y vicios, para curarlos con mi gracia y perdón. Entrar a tu casa para recordarte lo valioso que eres y los maravillosos dones y talentos que tienes y que has olvidado por tus heridas y fantasías.

¡Y esa cena en su casa!... Ese encuentro con los suyos, con su familia, y con otros amigos tan pecadores como él. Ese compartir en el lugar que para los judíos era el de mayor intimidad y confianza: la mesa, la cena dentro del hogar.

Creo que tú y yo, tenemos tantas ocasiones en las que queremos vivir o hemos vivido esta experiencia: de querer subirnos a un árbol, de buscar encontrarnos cara a cara con Él nuevamente, este pedirle 1 y recibir 100 cuando le vemos pasar. Este escuchar que nos llama por nuestro nombre y nos ofrece tantas bendiciones. Este entrar en nuestra vida y corazón, este entrar en nuestra casa cada vez que se lo permitamos para sanarnos, para llenarnos de gozo y para crecer en espíritu más y más.

Zaqueo, el bajito, se puso de pie frente a sus amigos y conocidos. Gesto de valentía por vencer la vergüenza de evidenciar su estatura. Pero ya no importaba nada de esto. Se puso en pie para reconocer el cambio en su vida y corazón. Para reconocer que el amor y la misericordia de Jesús tan cercano, tan amigo, tan misericordioso y salvador, había permitido que su vida dé un giro. Y ahora el bajito de estatura, empezaría a crecer y ensanchar más y más el corazón.

El bajito de estatura, gracias a Jesús, se convirtió junto a Él, en un gran hombre, con gran corazón y un espíritu alto y noble.

Y hoy Señor te damos gracias, porque la historia de Zaqueo, tan parecida a la nuestra, nos recuerda que nos esperas, nos buscas y no sólo subes al árbol de nuestras vidas o a nuestra casa, pues además:

Tú mismo te hiciste un Árbol divino: el árbol de la Cruz.

Tú mismo te hiciste cena: en la cena de la Eucaristía

Tú mismo te hiciste nuestra casa: porque habitas en lo más hondo y profundo de nuestra vida y historia.

Gracias Señor, por pasar, esperarnos, llamarnos, autoinvitarte y cenar todos y cada uno de los días de nuestra vida.

Gracias Señor por amarnos, comprendernos y ofrecernos el Arbol de tu Cruz para salvarnos.

Lc 19, 1-10

 

 

 


Comentarios

  1. Muy hermosa reflexión que nos invita a mejorar nuestra relación con nuestro Dios

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  2. Excelente mensaje que nos hace detenernos y pensar mucho !! Gracias

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