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El mejor tiempo…

 


“La paciencia todo lo alcanza”, decía Santa Teresa de Jesús. Y cada vez me parece más cierto y necesario.

Creo que en un mundo acelerado donde el hacer las cosas rápidamente es una virtud, tener experiencias en las que toca esperar, toca confiar porque no se ven los resultados, toca aceptar que debemos aguardar más tiempo de lo que suponíamos, se convierte en algo hasta desagradable o que puede ponernos de mal humor. Situaciones en las que la impaciencia hasta nos lleva a buscar culpables fuera o dentro...

Y aunque unos tienen más de paciencia que otros, es humano el desconcierto cuando las cosas no suceden como lo esperamos.

Hoy al rezar en torno a la Sagrada Familia y en torno al inicio de un nuevo año, me vino a la mente y al corazón la pregunta sobre la importancia del tiempo, los tiempos de la vida, los tiempos de Dios.

¿Cómo medimos y valoramos el tiempo? ¿Cuándo es mucho tiempo y cuándo poco tiempo?

El pasaje del Evangelio nos sitúa en torno a José y María que van al templo a presentar a Dios, al hijo primogénito. Van con la ofrenda de las dos tórtolas y llenos de humildad y silencio, sin ostentar que llevan en brazos al mismo Salvador. Era el tiempo de hacerlo, y lo hacen.



Historia en la que nos encontramos con este hombre anciano y sabio. Se le había prometido no morir hasta ver al Mesías. ¿Cuánto tiempo habría esperado el cumplimiento de esta promesa? Y Simeón aguardó confiadamente. Esperó sin dejar de venir al templo, hasta que llegó este día. Vio a Jesús, sabiendo reconocer al Mesías en pañales. No le reclama que se haya demorado mucho. Sencillamente le tiene en brazos y de todo corazón le da gracias a Dios. Luego, le dice que ya puede descansar, que ya llegó su tiempo, porque ya ha visto al Salvador.

Historia de esta mujer anciana: Ana. Que hasta los 84 años aguardó y sirvió en el templo día y noche. Dios no le dio una promesa oficial, pero hay en ella esa certeza de que servir y no apartarse del templo en oración, era la mejor manera de usar su vida, su tiempo y sus grandes sueños. Una mujer que junto al templo fue cultivando un espíritu lleno de amor y esperanza que le hizo capaz de reconocer a Dios en un recién nacido. Una mujer que al encontrarse con Jesús, tiene un nuevo camino sin importar la edad. Llegó el tiempo de anunciarlo a los demás.

Historia de José, un padre tan generoso  que a lo largo de toda su vida quiso cultivar su fe y esperanza para amar al Hijo con toda su alma. Un padre que aguardó en Egipto pacientemente hasta que sea el momento de regresar a Nazareth. Un padre que, en medio de animales, pesebre y tanta pobreza, fue testigo de la obra de Dios: en  las historias contadas por los pastores, con las ofrendas y alabanzas de los reyes al Rey de Reyes. Y en estos dos ancianos tan llenos del espíritu, que saben reconocer en su Niño tan pequeño al Salvador del mundo. Un hombre de fe, que vio cómo en cada situación de la Sagrada Familia se cumplían los tiempos de Dios...

Historia de María, que con solo 15 años, tuvo toda la gracia y fortaleza de confiar plenamente en las promesas y tiempos de Dios. Aquella a quien se le cumplió el tiempo para dar a luz sin encontrar un sitio apropiado. Mujer tan joven y tan sabia para saber que toda incertidumbre y dificultad puede tener un final diferente cuando se está en manos de Dios. Historia de esta Madre, nuestra Madre, a quien las dificultades, los temores del parto, las incomodidades y la pobreza en la que vivían no le robó nunca la paz. Mujer a quien se le profetizó que una espada le atravesaría el alma, sin llevarle a miedos y temores, sino a seguir amando al Hijo y confiando en el Padre. 

Historia, toda historia, en torno al ser más importante: Jesús, el Mesías, el Salvador. En torno al Amor y el Verbo hecho carne.

Historia en la que todos: ancianos, jóvenes, niños, padres, hermanos o hijos buscamos y esperamos en todo momento la plenitud y la verdadera felicidad que Dios nos ofrece. Historia en la que tú y yo estamos llamados a aguardar con confianza la Salvación. Historia en la que depende de nuestra libertad, fe y nuestra mirada, el cómo nos aproximamos a los tiempos de Dios, los regalos de Dios, los ritmos de Dios.

Historia de la Salvación, en la que tú y yo podemos ver las circunstancias de la vida sean buenas o difíciles, como una ocasión para crecer, para amar, para salir adelante, para fortalecernos, para dar esperanza a los demás, para tomar decisiones importantes.

Historia de la Salvación en la que me queda muy claro y más fuerte, el llamado a confiar en los tiempos, los ritmos, las formas de Dios. Porque el tiempo es suyo, la vida es suya, el mundo es suyo. 

Y solo Dios sabrá mejor en qué momento vemos la salvación, en qué momento nos toca crecer y confiar, en qué momento nos toca dar testimonio de lo que hemos visto y oído, en qué momento nos toca ponernos de rodillas y con corazón necesitado, pedirle ayuda.

Hoy, que se inicia un nuevo año, démosle gracias a Dios por todo lo vivido: por esos tiempos de paz y gozo, por esos tiempos largos de desierto que nos hicieron más fuertes, por esos tiempos cortos e intensos que estuvieron llenos de vida, por esos tiempos de preguntas y búsqueda que nos ayudaron a volver a lo esencial, por esos tiempos de encuentro con los que amamos y valoramos, por esos tiempos en familia que quedan grabados hondamente en el corazón, por esos momentos de dolor hondo en los que misteriosamente pudo salir lo mejor de nosotros y de los que nos rodean.

Hoy que se inicia un nuevo año te animo a seguir amando el tiempo y la vida. A escuchar dentro los ecos de tu alma y unirlos a esa sana confianza en el ritmo y los tiempos de Dios.

Y que vaya de la mano con otra característica tan importante que encontramos en María: el guardar todo en el corazón. Guardarlo de tal manera, que nos permita ser agradecidos con todo lo que tenemos y recibimos. Darle gracias por esos tiempos y momentos que solo Dios y nuestro corazón saben muy bien de qué se tratan.

Hoy que se inicia un nuevo año, te animo a ser como María y José que confían y hacen lo que Dios les pide porque el Hijo está en centro de sus vidas y de su familia.

Hoy que se inicia un nuevo año, te animo a ser como Simeón y Ana quienes con paciencia y esperanza aguardaron el tiempo necesario y justo para gozar de un Dios fiel que no sólo cumple sus promesas, sino que se hizo carne para quedarse junto a nosotros enseñándonos cómo acoger y caminar en esta vida.

Hoy que se inicia un nuevo año, te animo a gozar del presente y a gozar de la constante presencia de Dios.

Hoy que se inicia un nuevo año, te animo a que toda decisión, toda experiencia y toda prueba sea siempre leída desde los ojos amorosos y sabios de Dios. 

Gracias Señor por mi vida, por tus tiempos y este Amor infinito y eterno.

Gracias Señor, porque siempre estas y llegas en el momento preciso, enseñándonos a esperar y acoger todo con madurez, con sabiduría y paz. Esa paz que brota de un corazón agradecido...

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Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. (De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor"), y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones". Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Lucas 2,22-40





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