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Los buenos gritos...

 


En estos días pude encontrarme con personas que me dieron un testimonio sobre la fuerza del amor. Corazones que se vencían a sí mismos para ayudar y entregarse con todo su ser. Madres ancianas aceptando su fragilidad y dejándose ayudar para ver felices a los suyos, mujeres sacrificando sus espacios de descanso para sacar adelante a lo que aman, esposos dispuestos a tener un trabajo más difícil con el fin de tener a su familia contenta y estable. Actitudes que me conmovían, porque me mostraban que el amor puede estar por encima del orgullo, de los propios gustos o de todo aquello que les pueda dar seguridad y control sobre las cosas.

Me acordé de estos testimonios cuando rezaba el Evangelio de este domingo, 2da semana de Adviento, en la que se habla del testimonio de Juan Bautista y lo describen como un profeta que vive y grita en el desierto:


“Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”.” Mc. 1,3

Me puse entonces a pensar cómo es la experiencia de estar en un desierto.


Un desierto físico que nos puede remitir a uno interior. Ese lugar con muchísimo sol, capaz de secar la poca vegetación, un lugar poblado de soledad, porque no atrae a los demás a permanecer. En el que se está en silencio para escuchar el eco de uno mismo. Espacio en el que se experimenta la sed, con esa imperiosa necesidad de saciar la garganta y la sequedad que apaga y ahoga poco a poco. Un lugar en el que las horas y los pasos parecen eternos, porque cansan más rápido. En el que la realidad habla y se muestra sin evasiones, porque las exigencias de cada acción, de cada opción y de cada paso tienen grandes consecuencias.

Experiencia de desierto en la que hemos de decidir entre guardar agua para uno mismo, o compartirla con los demás.

Desiertos que no se van en la noche, que pueden poner en juego la paz, que nos llevan a vivir calores o fríos extremos. Desiertos en los cuales podemos ver sanamente nuestras fragilidades, limitaciones y reconocer que no podemos caminar solos en este mundo. Desiertos y situaciones que pueden tentarnos al egoísmo para protegernos y cuidarnos de forma exagerada o a la desesperanza ante el futuro.

Sin embargo, Juan el Bautista nos puede enseñar grandes cosas. Él no es sólo descrito como un hombre en el desierto, es un hombre que grita en el desierto. Y no grita pidiendo auxilio, no lo hace para reclamar injusticias contra él. Juan grita con pasión y fuerza con un mensaje dirigido a los demás. Dirigido también a ti y a mí:

"Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos." Mc. 1,3

Juan era entonces un hombre fuerte y firme. Sin miedo a las burlas e incomprensiones. Un hombre tan apasionado por las promesas de Dios y por el Mesías que llega, que está dispuesto a gastar todas sus fuerzas, toda el agua y toda su vitalidad por anunciar el asunto más importante para el ser humano: la salvación y felicidad eterna. Juan sabía que el Mesías ya llega, que el mundo tiene sed de Él, y que el mundo vive en un desierto desgastante que necesita del Oasis del amor de Dios. Sabe que ha recibido la respuesta que todos necesitamos. Y entonces con tal tesoro y con tal verdad ¿Cómo puede callarse, hablar bajo y débilmente? Juan necesitaba gritarlo a los 4 vientos, necesitaba anunciarlo con toda su alma y llamado a ayudar y preparar el camino.

Han pasado los siglos, y Juan tenía razón. Jesús llegó y nos ha salvado. Y entonces ahora nosotros somos los llamados a anunciar este gran misterio. Somos ahora nosotros los que, en medio del desierto de la vida, de las lluvias, los oasis, las nubes y los mares, podemos gritar a todos que ha venido, que vive y que el Amor se hizo persona. Llamados a gritarlo porque "El amor de Cristo nos apremia" 2 Cor.5,14.

Este domingo, aceptemos el llamado a ser también una voz que cante, grite y hable en todo volumen, idioma y forma que Jesús ha venido y está aquí junto a nosotros.

Te invito esta semana a entrar dentro del corazón para encontrarte hondamente con Jesús, confirmando que sólo Él es capaz de consolar, salvar y refrescar todo camino y cualquier desierto de la vida.

Seamos voces claras, firmes y dulces para ayudar a los demás a construir el camino de encuentro con Él. Que ayudemos a construir en este mundo caminos de esperanza lleno de valles, de flores y de senderos de paz y justicia en los cuales también podamos reposar, cantar y vivir porque estamos con Él y podemos así amar mejor a los demás.

Que la fuente del Amor avive y alimente el nuestro. Que tu y yo hagamos más puentes de amor y compromiso. Que dejándonos educar, formar y llevar por Jesús seamos un testimonio vivo del verdadero amor.

Mc. 1, 1-8



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Y esta es una canción que la hicieron hace ya algún tiempo, pero con otros ejemplos no deja de ser actual....

 




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