Te
animo a recordar o imaginarte un tiempo estable de tu vida. En el que estás contento, tranquilo y positivo
con los tuyos. El trabajo va bien, la familia va adelante, el grupo de amigos
que frecuentas son buenos, la salud mejor que nunca, el servicio o misión que haces para ayudar a otros va creciendo. Y de pronto, ocurre lo que se nos cuenta en
el Evangelio de este domingo. Jesús dice: «Vamos a la otra orilla». Mc
4,35
Ir a la otra orilla implica cambiar y moverse: de ambiente, de actividad, levantarnos del lugar en el que estábamos cómodamente sentados , para hacer el esfuerzo de pararnos, recoger lo poco que tenemos, empujar la barca, empezar a navegar, tomar riesgos y andar por un tiempo largo o corto sobre la inestabilidad de las aguas para dirigirnos a un lugar desconocido.
Cuántas
situaciones de la vida hemos vivido o están por venir que son analogías de esta
historia. Cuántas experiencias vividas así. Esas noticias que cambiaron
nuestros planes y rutinas, esos cambios de misión o trabajo inesperados, una noticia que llevó a una nueva configuración de la familia, la llegada de un hijo
al mundo, un proyecto que exige mucho más de nosotros, o esas situaciones necesarias que
incomodan. Situaciones que exigen de una u otra manera más esfuerzo de
nosotros, que nos llevan a sacar lo mejor de cada uno o a cambiar más de lo que quisiéramos.
Novedades o noticias que nos llevan a preguntas o a una incertidumbre ante aquello
que viene por delante. Situaciones que nos llenan de emociones: de entusiasmo,
de temor o esperanza. Nuevas e
inminentes coyunturas que no podemos controlar.
Es
un misterio y son experiencias que marcan nuestra vida y nuestra historia.
Y
como cuenta este pasaje, los apóstoles hicieron caso a Jesús. Pero además se
dio otra experiencia difícil: una tormenta. Porque el dirigirnos a la otra
orilla puede implicar estas tormentas, estas crisis, estos temores a perecer.
Momentos en los que podemos
sentir que Jesús está dormido y no le importa lo que vamos viviendo. Momentos
que dieran ganas de preguntarle a Dios el “¿Por qué a mí?”. Momentos en los que podemos llorarle, reclamarle y desahogarnos con sinceridad. Momentos en los que Él nos
comprende perfectamente aunque no seamos conscientes de ello. Tormentas en las que no podemos
olvidar que Jesús, ESTÁ EN LA BARCA, Y NO DEJA DE ESTAR PRESENTE Y MUY DESPIERTO EN
NUESTRA VIDA.
Momentos para hacer un acto de fe y
entender que aunque parezca dormido, silente, lo veamos o no, está
conmigo y contigo, nos toma siempre de su mano y nos protege. Una
barca que es la de nuestra vida, en la que, si se lo permitimos, Él la conduce
hacia la otra orilla y hacia otros mares …
Momentos para hacer un acto de fe y
entender que navegamos con otros, porque Él sabe que también necesitamos de los
demás.
Y entonces, podremos dormir confiados en su
regazo. Y comprenderemos que Él no duerme y más bien vela nuestros sueños todo el
tiempo.
Hoy te animo a recordar esas situaciones, o a tomar conciencia de aquellas tormentas o cambios que toca afrontar. Y quédate en paz y tranquilidad porque Jesús no está dormido. Jesús cuida de tu barca, de tu vida y de los tuyos. Jesús más bien te arrulla y te anima a descansar como un niño en los brazos de su madre, porque Él cuida de ti y te anima a confiar siempre en sus caminos, en su llamado y en los planes benditos que tiene para ti y para los tuyos.
Marcos 4, 35-41
Muchas gracias querida hermana realmente es bueno recordar que Jesús camina y nos protege en todo momento. 🙏
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