Tuve
estas semanas una experiencia muy fuerte de ver el dolor de una familia ante el
accidente de su hijo. Una experiencia en la que tocaba ponernos en manos de
Dios con confianza y esperanza. Pero experiencia en la que como familia de nuestro
colegio, se tornó en una experiencia honda de fe, de oración con insistencia y de
vivir la esperanza de los niños. Ver a los más pequeños de inicial, a todos los
estudiantes, los profesores y padres de familia rezando con mucha fe por su
pronta recuperación. Y ver cómo poco a poco, este estudiante ha ido
recuperándose. Experiencia en la brota dar gracias a Dios de todo corazón por
escuchar nuestra oración, en la que también queríamos confiar en sus planes y
momentos. Experiencia espiritual que ha quedado grabada en mi corazón y en la de
nuestra escuela.
Y
justo rezando el Evangelio de este domingo me encuentro con dos bellísimos
pasajes que narran el poder de Dios, la fuerza de ese pedir con insistencia y
confianza. Dos pasajes que nos dejan claro que para Dios nada es imposible.
El
primero, es la historia de Jairo: jefe de la sinagoga, con poder en su pueblo,
con esquemas judíos que rechazan la presencia de Jesucristo. Pero Jairo atraviesa
un momento de demasiado dolor por la agonía de su hija de 12 años. Sufrimiento
que le lleva a buscar otro tipo de ayuda y respuesta. Tal vez le tocó cambiar su
forma de creer y pensar a tal punto que le busca a Jesús hasta la orilla del
mar con una actitud rendida: se echa a sus pies y le ruega con insistencia: “Mi
niña está en las últimas, ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y
viva…” (Mc. 5,23).
Jesús
que decide acompañarle inmediatamente, dejando la orilla en busca de su niña… Pero
en este camino, salen al encuentro los sirvientes para decirle que ya falleció.
Momento de silencio y dolor hondo para el padre, momento de aprender a vivir la
esperanza cuando Jesús dice una frase que necesitamos hacerla nuestra a lo
largo de la vida: “NO TEMAS, BASTA QUE TENGAS FE” (Mc. 5,36). Porque no se lo
dice un millonario, un médico infalible, un gurú o un adivino. Se lo die DIOS.
Y
al afirmar Jesús que la niña no está muerta sino dormida, se escuchan risas y
burlas. Le toman como ingenuo o irreal. Risas como pueden brotar de nuestros
corazones cuando no tenemos fe, cuando las pruebas racionales nos parecen más
importantes que los argumentos de fe y esperanza que nos regala Dios.
Pero
el poder de Dios va mas allá, no tiene explicación racional, no tiene argumentos
científicos, porque justamente los milagros no los tienen. Es un poder que va
más allá de la razón humana, de la ciencia humana, de la inteligencia y
capacidades humanas. El poder de Dios es
de Dios. Y eso basta…
Y
al resucitar a la niña con esa bella frase: “Thalita qumi” (contigo hablo,
levántate) , y al levantarse su niña inmediatamente, se da un milagro que puede
hacernos releer muchos aspectos de nuestra vida y de nuestra fe.
Pongámonos
pues en el lugar de Jairo y traslademos experiencias de nuestra historia
personal para comprender cómo Cristo actúa también en nuestra vida.
El
dolor inenarrable de perder a su propia hija, puede ser como esos dolores que hemos
vivido o estamos viviendo ante la futura pérdida del que amamos. Dolores que descomponen
nuestras emociones y sentimientos. Situaciones en las que todo pasa a un
segundo plano porque el temor de perder al que tanto amo no tiene categorías.
Dolor que evidencia lo limitados que somos y esa impotencia de no poder incluso
cambiar mi vida por la suya. Impotencia y aceptación de que no hay nada en
nuestras manos para revertir las cosas. Como si se apagaran las luces de fuera
y de dentro, los sonidos y música nos dejan sordos, nada tiene sabor o textura.
Un dolor tan hondo que nos deja como inmóviles. Dolor en el que no sabemos
hacia dónde mirar y buscar. Experiencia de una vulnerabilidad existencial en la
que queda algo muy importante: el eco del amor y el eco del espíritu.
Y
entonces se evoca la única posibilidad que estuvo tal vez empolvada y olvidada porque
nos iba bien… Pero ahora esa la que sube de volumen y hace tocar sirenas de
urgencia y necesidad: el poder de Dios vivo y el poder de la oración…
Momento
en el que las oraciones calientan poco a poco el corazón. Oraciones no sólo de
este ruego de rodillas para contarle y pedirle lo que necesitamos. Oraciones
que también van unidas a ese encuentro , o ese reencuentro con Aquel que nunca
se fue de nuestro lado y que ahora entiende perfectamente nuestras plegarias,
que consuela como nadie nuestras lágrimas y elevará nuestro espíritu como
levantó a esta niña…
Que
aquello recibido por Jairo sea recibido en nuestras vidas cuando le busquemos
de rodillas, con fe, poniendo nuestro inmenso dolor en sus manos y confiando
que con su poder seremos levantados también.
La
segunda historia es la curación de la Hemorroísa: Esta mujer enferma durante 12
años, que buscó curarse de tantas maneras. Gastó toda su fortuna, y se ha
quedado sola por la condición de su enfermedad y cultura de su pueblo. Mujer ya
débil, que se ha ido apagando físicamente, que no sabe ya dónde buscar encender
su cuerpo, pero sobre todo cómo encender su alma y espíritu para no terminar de
caer en una letal desesperanza. 12 años habituándose a frustraciones por no
curarse una y otra vez, de haber sido tal ves estafada en su fortuna y sobre
todo tantos años de rechazo y debilidad.
Pero
llegó Jesús a su vida, a la orilla de su pueblo. Pudo escuchar entonces
historias del poder de su divinidad. Le
vio llegar rodeado de tantos que reciben amor y esperanza al caminar junto a Él. Será que su sola
presencia fue soltando durezas y los pocos sueños que le quedan. Mujer que saca
sus últimas fuerzas para arrastrase de rodillas y por el piso para tocar solo
el borde de su manto. Mujer rendida que empieza a ser curada con el caminar de
Jesús y la fe de los demás. Mujer que de buscar cura por 12 años recibe una
cura “inmediata” al tocar el manto. Mujer que al encontrar al verdadero médico,
al verdadero Dios, pasa del cansancio y debilidad y la vitalidad y gratitud de
vida.
Pongámonos
ahora en el lugar:
Es
una historia que puede remitirnos a esas enfermedades interiores que no se
dieron de pronto, sino que fueron avanzando a lo largo de los años.
Enfermedades interiores de tanto tiempo, de ese poco a poco. Esas que tal vez
al verlas hacia atrás o lo difícil de curar al verlas hacia delante, nos puede
llevar a la tentación de querer quedarnos “así nomás”.
Anemia
interior que mata y destruye. Anemia que sólo la gracia y el poder de Dios
pueden curar.
Sólo
nos pide buscarlo libremente, ponernos de rodillas y reconocer que lo necesitamos
para que pueda entrar hasta las venas y arterias más profundas de nuestra vida para
regalarnos sangre nueva y fresca que brota en abundancia de la fuente de vida plena.
La
tercera historia puede ser la gratitud y asombro ante la fuerza de la oración
que les compartí que viví estas últimas dos semanas y que me ha renovado de
amor y gratitud a Dios por su gracia y poder.
La
cuarta: que sea tu historia… Esas experiencias que alguna vez has experimentado
en tu vida y que confirman que para Dios nada es imposible, que confirman que
Él nunca se va de tu lado y que confirman que Él es quien mejor nos conoce y
comprende.
Que
esta semana le podamos dar gracias a Dios por amarnos tanto y por curarnos de
todo tipo de enfermedad y dolencia cuando dejamos que Él obre y actúe.
Mc
5, 21-43
Jesús gracias x tu Amor, gracias x acompañarme siempre.
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