Vivo y trabajo
en un lugar hermoso, rodeada de montañas verdes, nubes muy blancas, un cielo
nítidamente celeste. Lugar en el que llega un aire frío y fresco cuando cae el
sol tan claro dejándome ver todas las cosas con colores vivos y reales.
Y además en la capilla
de mi comunidad, tengo el privilegio de poder ver el nevado del Huascarán tan
alto, tan firme y hermosamente blanco (esta foto la tomé allí...).
Y al admirarlo
junto a otras montañas cercanas, tan lindas y muy verdes, tomo conciencia de lo
pequeña que soy. Montañas y nevados hermosos que se ponen de colores naranjas
cuando les cae el sol al atardecer. Montañas hermosas que minutos antes del
amanecer, son sombras que poco a poco van poniéndose de colores nítidos con los
primeros rayos de luz. Paisajes hermosos que además puedo verlos con el arrullo
dulce y alegre de un río.
Toda una obra
de arte, de amor y de vida que es como si Dios amor me llenara de su presencia,
me hablara, saludara y cantara con tanta belleza, con tanta grandeza, con todo
tan perfectamente creado.
Pero entonces
al ponerme a rezar en esta fiesta de Corpus Christi, me viene a la mente la
pregunta que hacía el salmista:
Cuando veo tus
cielos, obra de tus dedos,
La luna y las
estrellas que tú formaste,
¿Qué es el
hombre, para que te acuerdes de él
Y el hijo del
hombre, para que lo visites?
Le has hecho poco
menor que los ángeles,
Y lo coronaste de
gloria y dignidad.
Le hiciste
señorear sobre las obras de tus manos;
Todo lo pusiste
bajo de sus pies. (Sal 8, 3-6)
Y es que quiénes
somos nosotros, quien soy yo para recibir el regalo no solo de nevados altos,
del río alegre o los atardeceres tan bellos, sino por darme algo tan intensa y
misteriosamente más grande que todo ésto: Entregarme este pan blanco y
pequeño en el cual viene el mismo Dios a quedarse conmigo.
Quién soy yo para recibir en esta apariencia tan simple y sencilla, al
autor de toda esta bella creación, de todos los paisajes, el sol y las
estrellas.
Quién soy yo para
recibirte de alimento vivo, para tenerte aquí dentro y quedarte también
escondido.…
Quien soy yo para
recibir un alimento capaz de subir las montañas más altas.
Y es entonces
como si el tesoro del atardecer más
grandioso, el nevado más blanco y el canto del río fuese sólo el pequeñísimo
reflejo de lo que ocurre aquí dentro al recibirte.
No hay paisajes,
ni palabras, ni espacios de la naturaleza capaces de describir este encuentro,
esta cercanía y esta comunión que me regalas.
No soy capaz de
entender, de categorizar o expresar esta experiencia tan divina. Solo me queda compartir
estos reflejos de belleza de esta forma tan simple y humana.
Por eso en este
día del Corpus Christi, solo quiero darte gracias porque al entregarte a mí
siendo tan débil, pequeña y frágil, al recibirte y acogerte en la Eucaristía,
es como si el nevado más alto entrase en todo mi ser, pues el mismo Dios ha
llegado para permanecer cada vez más adentro, cada vez más hondo, cada vez más
alto de esa forma divinamente indescriptible.
Y quiero darte
gracias aprendiendo de ti a partirme y repartirme para los demás. Para que luego
de recibirte y acogerte en mi espíritu, pueda salir a compartir tu amor a
tantos que te necesitan y buscan.
Contigo en la
Eucaristía, es como si el Nevado más vivo habitara y palpitara aquí muy dentro…
Muy hermosa reflexión y que trasmite la grandeza de la naturaleza ante la cual nos maravillamos, y quien la creo tuvo una generosidad inmensa. Gracias!
ResponderEliminarMuy hermosa reflexión en éste día tan significativo donde Jesús desea permanecer en lo más profundo de nuestro ser y de de esta manera caminar a su lado.
ResponderEliminarMuchas gracias querida hermana Dios te siga Bendiciendo 🙏