Hay
algo que pasa en el misterio del corazón humano cuando estamos contentos con lo
que vivimos pero descubrimos que podemos estar más contentos aún. Es una
experiencia muy importante. Y estoy convencida que es un reflejo de lo que
ocurre en nuestro espíritu. Éste que se contenta con cosas buenas, pero que busca más porque la sed de Dios crece y necesita estar más y más cerca de
su corazón.
En
el Evangelio de este domingo, me llamó la atención la experiencia que tuvieron unos apóstoles de Jesús que fueron primero discípulos de Juan el Bautista. Hombres
muy fieles a su fe y a las promesas de Dios. Hombres que eran felices seguiendo a Juan Bautista constantemente. Pero la historia de estos discípulos no acabó
allí...
Viene
Juan el Bautista con tantas cosas buenas que anima y despierta el corazón de
sus discípulos. Viene con verdades y esperanzas que motivan a vivir la vida de
la mejor manera.
Vino
de tal manera, que suscitó una pregunta muy sincera, de esas que brotan cuando
algo es muy importante y vale la pena lo que se nos ofrece y no queremos
perderlo. Le dijeron entonces sus discípulos: “¿Qué debo hacer?”. Pregunta que
brota de un sentir que se está dispuesto a todo, a esforzarse y hasta renunciar
a lo que sea para lograrlo.
Tan
cuestionados y motivados, que llegaron a pensar y afirmar que él era el Mesías
que esperaban.
Pero
Juan, consciente de su identidad y misión, sabía que el Mesías era alguien infinitamente
superior. Y entonces los llevo a elevar el espíritu y dar un paso más
importante en esta espera. Les invitó a vivir el más…
Porque
si un gran profeta como Juan despertó y avivó la búsqueda y anhelos de
eternidad, ¿Qué es lo que el verdadero
Mesías, el mismo Jesús puede generar en nuestra vida?
Entonces
pongámonos en el lugar de estos discípulos, porque hay muchas cosas buenas y
nobles que vivimos. Hay un sincero deseo de amar y servir a los demás. Hay tal
vez una vida honesta y muchos esfuerzos por ser cada vez más felices. Pero no
es suficiente.
¡Hay
más!
Hay
buenas y maravillosas experiencias en la vida que nos hacen mejores personas. Hay
mucho por valorar y agradecer.
Pero
nada ni nadie puede compararse a lo que Tú Señor, Tú el Mesías, Tú el Dios de
la vida nos vienes a traer y ofrecer.
Y
entonces la pregunta del “¿Qué hemos de hacer’” queda corta, porque eso es lo
de menos. Lo que verdaderamente importa es la presencia de Dios en nuestra
vida. Esa presencia del Mesías que abre las puertas, rompe los muros, eleva el
espíritu y nos alza la mirada hacia un horizonte difícil de comprender con
nuestra frágil humanidad. Viene alguien que nos pone un horizonte y una
felicidad tan indescriptible que solo toca dejarnos llevar por Él.
Viene
Aquel que, antes de responder a la pregunta "¿Qué debo hacer?", nos
ofrece, sin preguntas ni exigencias, la salvación. Nos brinda algo tan
divinamente misterioso que nos transforma al vivir y acoger ese amor infinito,
esa ternura divina y esa grandeza desbordante que nos hace estallar en un gozo
indescriptible, inigualable y que escapa a toda definición.
Viene
Aquel que nos trae a la verdadera paz, la que no se va porque viene del cielo.
Esa paz que va de la mano con el verdadero gozo.
Este domingo, conocido como el domingo
de la alegría, agradezcamos a Dios porque no vino a pedirnos cuentas ni a
exigirnos acciones o cumplimientos. Vino a hacernos felices haciéndose barro, haciéndose
Niño y a encarnar la ternura eterna.
Vino para abrir nuestros corazones, para
que podamos reposar en Él. Vino para recordarnos que, junto a Él, todo es más
pleno, maravilloso, desafiante, humano y eterno.
Es el momento de reconocer que hay algo y alguien más grande, más poderoso,
más tierno y más misericordioso. Alguien que nos ofrece mucho más de lo que
podemos anhelar.
Esta es una semana para dejarnos inundar por la verdadera paz y alegría,
aquellas que no se desvanecen ante las tensiones, ansiedades o preocupaciones.
Acojamos la alegría que no depende de
circunstancias externas, sino de este encuentro maravilloso entre Él y
nosotros. Acojamos la alegría de saber que hay más por vivir, por crecer y
acoger a medida que Él se acerque más y más en nuestras vidas y nuestra
historia.
No tengamos miedo a esperar más, hemos
nacido para el cielo y Él viene a ofrecérnoslo…
San Lucas 3, 10-18
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Les recomiendo esta homilia sobre el Evangelio de este domingo...
Y esta líndísima canción de la alegría de María en Adviento, les pongo la letra:
ALÉGRATE
MARÍA, ADVIENTO
Alégrate María, Porque ya llega el salvador,
¡Aleluya,
aleluya! Dichosa tu porque has creído,
Porque
en tu carne nacerá. ¡Aleluya, aleluya!
Alégrate
María, El que has llevado en tu seno,
¡Aleluya,
aleluya! El que anunciaron los profetas,
En
tu carne nacerá. ¡Aleluya, aleluya!
Alégrate
María, Porque nos viene a rescatar,
¡Aleluya,
aleluya! Ruega por nosotros a tu hijo,
Que
en tu carne nacerá. ¡Aleluya, aleluya!
Muchas gracias querida hermana La Paz y Alegría brille en tu Corazón.
ResponderEliminarBendiciones 🙏
Gracias Magali!!! Alegremente en el Sr!!!
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