En los
últimos días, he tenido la oportunidad de viajar por carretera, cargar maletas
y vivir diversas aventuras. He contemplado la noche y el amanecer desde
diferentes altitudes y temperaturas, con momentos de hambre y sed. Un viaje
realizado en compañía de mis hermanas, y con una meta clara, como todo buen
viaje.
Hoy, al
reflexionar sobre el Evangelio de este último domingo de Adviento, me alegró
notar que esta experiencia se conecta con un tema común: el peregrinar.
Recordamos a María, quien, al aceptar el llamado de Dios para ser la Madre de
Jesús, se apresuró con decisión a visitar a su prima Isabel, viajando hacia un
lugar lejano.
Qué
fortaleza, tanto exterior como interior, mostró al atravesar zonas peligrosas y
distantes, motivada por el único deseo de servir a su prima anciana y
embarazada. Su fuerza y entusiasmo nos enseñan que el amor es el verdadero
motor de la vida.
Este viaje
puede reflejar lo que significa para todos nosotros lo que es el peregrinar de
nuestra existencia. A lo largo de nuestra historia, nuestro espíritu y nuestro
caminar en este mundo, nos encontramos con diversas situaciones que nos invitan
a peregrinar. Ante esto, tenemos dos opciones: quedarnos estancados por miedo a
los peligros, el cansancio o el dolor, o decidir trascender esas dificultades,
ya que el amor, los sueños y las metas verdaderas son más grandes y trascendentes.
Si nos atrevemos
a peregrinar, a pesar de todo, es porque nuestro espíritu anhela ser coherente
con lo verdaderamente importante. Habrá caminos sencillos y fáciles, momentos
áridos y difíciles, rutas con subidas y bajadas, carreteras en buen estado o
dañadas, y momentos de frío o calor extremo. Habrá trayectos que debemos
recorrer solos y otros en los que es esencial ir de la mano con nuestros seres
queridos.
Las rutas,
formas y contextos serán tan variados como las circunstancias de nuestra vida.
Sin embargo, todo debe converger en lo que realmente importa: alcanzar el
cielo, encontrar la felicidad y vivir el amor encarnado como la única esencia
de nuestra historia.
María, tú
eres la Madre del Peregrino por excelencia, la Madre del Camino. ¿Quién mejor
que tú para acompañarnos en este viaje, para animarnos y guiarnos?
En estos
días previos a la Navidad, busquemos a nuestra Madre. Aprendamos de su amor,
coraje y fortaleza para perseverar en el buen camino, y así poder encontrarnos
con Jesús, quien ha venido a quedarse en nuestra vida, en nuestra historia, por
toda la eternidad.
Y
si seguimos su ejemplo, podremos vivir ese gozo pleno que experimentó y que llevó a Isabel
decir:
Como siempre querida hermana muchas gracias por tu reflexión sigamos Peregrinando por él camino guiados por nuestra Madre la Virgen María.
ResponderEliminarBendiciones