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Paz

 



No sé cuál ha sido la experiencia de ustedes al conocer a nuestro nuevo Papa León XIV. Yo me he sentido muy agradecida, conmovida y sorprendida por muchas razones que sería largo de explicar.

Pero una experiencia constante, es haber experimentado una necesidad de prolongar el deseo y experiencia de paz que ha repetido de muchas formas desde su primer mensaje.

Desear, buscar vivir y alentarnos a acoger la paz verdadera de Cristo Resucitado en un tiempo lleno de conflictos y divisiones. Una paz que necesitamos vivir y acoger desde el amor de Dios y la fuerza de su Espíritu.

Y justo el Evangelio de este domingo, a una semana de la fiesta de Pentecostés nos habla de muchas cosas y también de la paz que nos da:

“La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde”. Jn 14,27

 

Y me llevó a meditar y contemplar una verdad que no debemos dejar de lado: que la paz va más allá de algo tranquilo, sin problemas o tensiones. La paz es algo más hondo, más divino, más real, más vivo y dinámico que nos hace felices porque es el fruto del amor, del esfuerzo y de la obra de Dios en nuestras vidas.

Espero que esta oración que le escribí al Señor pueda darles un poco de luces…



Me has dejado tu paz.

Esa brisa serena que calma el fuego, el apuro y toda angustia.

Pero que no se reduce a una tranquilidad estable o pasiva,

ni a un alivio de respiración profunda.

 

Es tu paz.

Esa que atraviesa todo caminar humano, 

porque puede ir de la mano 

con una lucha fuerte y firme

por conquistar la verdadera dicha,

y ser consecuente con esa decisión de vida.

 

Paz que canta al unísono con el gozo

de una entrega generosa,

de una renuncia por amor al otro.

Esa que llama felicidad al dar

y alivio bueno al gozo del hermano.

 

Paz que es más honda

cuando deja que el amor de Dios

atraviese toda coyuntura, herida y dolor en la vida

dejándose curar con el mejor ungüento:

el del Hermano Resucitado.

 

Paz que se hace blanca y cálida

cuando celebra el encuentro con el amigo 

y el abrazo del hermano.

La que se hace azul cielo con el perdón sincero

y que es naranja con la constancia de la entrega.

 

Paz bendita

cuando se va contando día a día y hora a hora,

el poco a poco logrado,

alcanzando ese necesario reto y ese vicio debilitado

por un camino noble y por una vida eterna.

 

Paz divina al recibir tu Cuerpo

y encontrarme con tu presencia viva

que logra lo imposible

en un corazón inmaduro e inconstante,

pero enamorado como el mío.

 

Paz viva, dinámica y fuerte

cuando puede hablar con la verdad,

cuando abre los ojos al ciego,

y ama mostrando el auténtico camino

al que busca y también al que huye.

 

Paz dulce y tierna

cuando se llena de lágrimas, asombro

y de honda gratitud

por tanto recibido gratis

sin haberlo pedido.

 

Paz de niña

cuando las coincidencias y los momentos exactos

dejaron muy claro

que fue tu providencia y tu acción amorosa

la que llenó de tantos detalles 

tus milagros inexplicables

en mi vida, en mi historia y mi camino cotidiano.

 

Paz de madre y de hermana la que experimento

cuando ese ser querido te ha encontrado,

y tu amor indescriptible por fin ha acogido.

 

Paz desarmada de mentiras

y colmada de estrellas verdaderas,

la que me regalas de tantas formas,

con la acción de tu Espíritu

con la fuerza de tu fuego

con la frescura libre de tu viento.

 

Paz contemplada y guiada por la Madre

quien evoca mi memoria,

quien cuida mi corazón,

y me enseña poco a poco

a vivir el "hágase en mi según tu Palabra".

 

Paz deseada, recibida y acogida

que es como un hilo delgado y profundo

en el sello de mi alma

y en la huella de mi espíritu.


Paz silenciosa, eterna e indescriptible

la tuya, la verdadera, la eterna.

AMÉN


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